Ciudadanos y Podemos irrumpieron en el panorama político español a raíz de la crisis económica y al hartazgo con la endogamia de los viejos partidos que se habían turnado en el poder desde el inicio de la democracia, exceptuando el periodo inicial de gobierno de la Unión de Centro Democrático, una “rara avis” de centrismo en un país siempre abocado a la polarización. En esa situación de la polarización – pero en grado extremo – nos encontramos en el momento presente.
Con el presidente Zapatero comenzó el malestar ciudadano cuando en lugar de convocar elecciones en 2010 decidió encarar la crisis al modo heroico pero incumpliendo su programa electoral. Después de negar la crisis y empeñarse en maquillarla con circunloquios lingüísticos para tapar una realidad que los ciudadanos notaban en sus vidas, vino una terrible ducha fría para su partido y para los ciudadanos. En Julio de 2010 dijo la frase de sangre, sudor y lágrimas: “Voy a seguir ese camino cueste lo que cueste y me cueste lo que me cueste”. Y empezaron los recortes.
Así comenzó la explosión de protesta de los “indignados”. Los viejos partidos no se percataron del mar de fondo que se estaba generando en la sociedad por la exasperante desigualdad en el reparto de la carga de la crisis. Lo mismo sucedió con no alarmarse por la galopante emigración juvenil o la creación de las nuevas grandes bolsas de pobreza, con la caída de parte de la población en la marginación, en una sociedad dual, con el agravante del empobrecimiento de las clases medias. Era el caldo de cultivo del que nacieron Podemos y Ciudadanos. Uno en la Puerta del Sol de Madrid, otro en Barcelona, azuzado por la política sectaria de los nacionalistas que se hacían independentistas, reduciendo la igualdad entre catalanes.
Ahí estuvo el nacimiento de la ruptura del bipartidismo. Pero los nuevos partidos – con la crisis entre Errejón e Iglesias, y Ciudadanos, uniéndose al grupo de las tres derechas- han decepcionado también. Ni en la forma ni en el fondo – la crisis de escoger a una presunta corrupta para Castilla- León, en unas primarias trucadas o el affaire del chalet de Iglesias- los nuevos partidos han salido limpios en la percepción ciudadana. Los españoles ven a los partidos –a los viejos y a los nuevos, incluido Vox- como un problema.
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