La Taberna de los Sabios

El joven orador y el guerrero árabe

El cántaro de Navantia, del que tantos beben, no puede quebrarse por el discurso equivocado. Que la ministra aprenda

Publicado: 11/09/2018 ·
23:15
· Actualizado: 11/09/2018 · 23:15
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Autor

Manuel Pimentel

El autor del blog, Manuel Pimentel, es editor y escritor. Ex ministro de Trabajo y Asuntos Sociales

La Taberna de los Sabios

En tiempos de vértigo, los sabios de la taberna apuran su copa porque saben que pese a todo, merece la pena vivir

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No hay manera. El gobernante confunde ideología y realidad en su discurso. Ocurre hoy y ocurrió en el pasado. Por eso, para que no cierre Navantia, nuestra ministra, debería aprender a encontrar el discurso adecuado. Quizás le viniera bien conocer una antigua historia.

En la Grecia clásica, un joven humilde deseaba convertirse en político. Tenía una hermosa voz e ideas luminosas. Pero, cada vez que hablaba en el ágora, era derrotado por sus oponentes. Desanimado, pensó regresar a su aldea, para cuidar los cerdos del amo. Al menos, así tendría de qué comer y un techo bajo el que cobijarse.

Una tarde, abatido, se sentó, pesaroso bajo una encina. Tras escuchar una voz, descubrió a un anciano que le decía: “Es normal que desesperes. Tienes talento para hablar, pero todo lo desperdicias en tu discurso”. “¿Mi discurso? – respondió el joven sorprendido -. Utilizo palabras hermosas y sesudos argumentos”. El anciano le respondió entonces: “Un buen discurso no sólo está formado por palabras hermosas”. “¿Me ayudarías a construir buenos discursos? - rogó el joven -. “Depende de ti. Vivo arriba, bajo la Peña Negra. Sube sin otro equipaje que la modestia”.

Al día siguiente, el joven se presentó en su casa, apenas una choza. “Ya estoy aquí. ¿Cuándo comenzamos?” “Pues ahora mismo. Estoy preparando la cocción de unas vasijas, ayúdame”.Durante horas, el joven ayudó a cocer ánforas, vasos y jarras. No comprendía nada y se limitó a trabajar junto al horno. A la noche, cayó agotado. Al amanecer descubrió al anciano trabajando. “Maestro, ¿cuándo me enseñarás a hacer un buen discurso?” “Tranquilo. Hoy amasaremos la arcilla y moldearemos distintos tipos de vasijas”.Y así, durante varios días, hicieron todo tipo de recipientes.

Al sexto día, el maestro lo llevó a un almacén con grandes tinajas. “Esta es de aceite de oliva, aquella de vino, esta de requesón”. El joven, desconcertado, no lograba entender. “Maestro, ¿daremos ya las clases de oratoria?” “Ahora - le respondió el maestro -, vamos a rellenar las vasijas. Tenemos que acertar con el recipiente adecuado para cada tipo de contenido. No es lo mismo el ánfora para aceite que la de conservar el vino”.El joven se esforzó en hacerlo de manera concienzuda. “Ten cuidado – le aconsejaba el anciano -. Nunca confundas la jarra de vino de diario con el de una boda”.

El joven trabajó con ahínco. Al séptimo día, se dirigió al maestro. “He concluido mi trabajo. Cumple tú ahora y enséñame”. “Yo también he cumplido - respondió enigmático el sabio -. Puedes regresar a casa, ya sabes cómo se construye un buen discurso”. “¿Cómo? – respondió con enfado el joven -. ¡Si todavía no me has enseñado nada!” “Ven junto a mí– respondió con amabilidad –”.El joven obedeció, defraudado. “Poseías todos los atributos para convertirte en un gran orador. Sin embargo, no sabías hilvanar el discurso que cada situación precisaba”. “Lo sé – respondió el joven -. Por eso vine hasta aquí para aprender”. “Y dime, ¿no has aprendido nada?”. “Pues sí – respondió el joven resignado -, a cocer vasijas y a rellenarlas de manera adecuada”. “Pues eso, exactamente, era lo que precisabas. El discurso tiene forma y contenido, como las vasijas que has rellenado. Por eso, cada contenido exige una forma”.

“Tú tenías buen vino – continuó el viejo -, pero no atinabas con la tinaja adecuada para servirlo. El vino es importante, hijo, pero también lo es el ánfora que lo contiene. Dedica tiempo al contenido, pero también a la forma. Ahora, regresa y reflexiona”. El joven comprendió y obtuvo a partir de entonces grandes éxitos.

Y es que, con frecuencia, la ideología no cabe en la vasija de la realidad. El cántaro de Navantia, del que tantos beben, no puede quebrarse por el discurso equivocado. Que la ministra aprenda. Vivimos de hacer barcos al guerrero árabe, pensemos antes de pronunciar palabras que nos arruinen.

 

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