La vida judicial adopta normalmente una parsimoniosa andadura, obligada por la necesidad de un estudio detenido de las cuestiones y la escasez de medios eficaces que las administraciones públicas deben poner a su disposición. La actividad del juez es por ello poco conocida y emerge sólo a través de sus resoluciones y, cada vez más, por referirse estas a cuestiones suscitadas por las acciones de dirigentes políticos, que aparecen como responsables de hechos que presentan la apariencia de delitos. Últimamente se han manifestadolos jueces españoles protagonizando un día de huelga, hecho insólito e indeseable pero desesperadamente motivado por la desatención de quienes tienen la obligación de dotarlos de instrumentos que permitan una mayor celeridad y calidad en la prestación de un servicio público tan fundamental.
Pero, en general, los jueces españoles, que gozan de un gran prestigio en los países de nuestro entorno, suelen ser trabajadores solitarios, que guardan celosamente su intimidad, que en modo alguno pretenden protagonismo a través de sus resoluciones y su vida y que dedican un tiempo ilimitado a veces al estudio y resolución de los asuntos, renunciando al descanso dominical incluso. Naturalmente hay en este colectivo de todo, como en el resto de las profesiones y existen -cómo no- los que se han dado en denominar “jueces estrellas”. Yo los denomino “los que no pueden quedarse quietos”, muy dados a las entrevistas estelares y apariciones sensacionalistas en las que recaban un singular protagonismo, las más de las veces movido por un “ego” indomable y un magnífico concepto de sí mismos, a diferencia de lo que piensan de los demás.
Últimamente hemos tenido conocimiento de un hecho más lamentale aún. Me refiero a la sentencia de la Audiencia Nacional en relación con el caso Gürtel, polémica en su decisión y confección y nefasta en sus consecuencias, al punto de influir más o menos decisivamente en el cambio, de insólitas maneras producido, del gobierno de España. Nunca había conocido nada semejante y participo del rubor y la indignación que, sin duda, sienten los jueces españoles.
La elegancia con que la carrera judicial ha transitado históricamente, superando los obstáculos que los gobernantes les han impuesto, es digna de reconocimiento. En términos generales, su dedicación y preparación han sido ejemplares y ejemplar su comportamiento dentro y fuera de las sedes judiciales. En la gestión de la insurrección que vive Cataluña, el papel de jueces y fiscales ha sido fundamental para mantener la esperanza en una resolución que, por razones ajenas y perversas, dura demasiado. Pero de las partes intervinientes reivindico para ellos un lugar preeminente en el podio de la excelencia. Constituyen los jueces una casta extraña. Su trabajo anónimo, su comportamiento social, su inquebrantable independencia, los distingue. Soy un convencido de la extraordinaria calidad y el compromiso con la observancia de la Ley de los jueces españoles, en los que nuestra sociedad puede confiar si duda alguna. Excluyan los que así lo merecen; pero la mayoría, no les quepa duda, son tranquilizadores ejemplares.
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