Abraham Maslow fue un psicólogo humanista estadounidense que acuñó la teoría de la jerarquía de las necesidades humanas: las personas, a medida que satisfacen sus necesidades básicas, van desarrollando otras más elevadas hasta llegar, teóricamente, a su autorrealización.
Como las necesidades pueden ser ordenadas conforme a la importancia que tienen para el bienestar personal, la representación gráfica de esa jerarquía se suele hacer en forma de pirámide (desde las básicas hasta las espirituales), de ahí que la teoría del psicólogo neoyorquino sea conocida como la pirámide de Maslow.
Muy resumidamente, las necesidades prioritarias y que conforman la base de la pirámide son, por pura lógica, las fisiológicas. El portavoz del grupo municipal de IU, Daniel González Rojas, que no sabemos si ha leído a Maslow, las resume en su frase “pan, techo y trabajo”. Efectivamente, las necesidades más vitales del ser humano son comer, beber y tener un refugio donde guarecerse de las inclemencias meteorológicas. Según Maslow, hasta que no se han cubierto las necesidades de este nivel todas las demás son secundarias.
El segundo nivel serían las necesidades de seguridad, en todos los órdenes de la vida: la seguridad física de índole personal y familiar (la salud) y social (de orden público garantizado, para que no te asalten o te maten por la calle).
El tercer nivel de la pirámide serían las necesidades de afiliación, o sea las que tienden a superar los sentimientos de soledad mediante la formación de una familia y la integración en la sociedad a través de la pertenencia a una iglesia, las cofradías, un club social, un club deportivo…
Ascendiendo por la pirámide psicológica llegamos al cuarto nivel, donde estarían las necesidades de reconocimiento social (reputación, fama, premios…), a partir de (o que trae como consecuencia) la autoconfianza y la satisfacción con uno mismo, por el hecho añadido de gozar de la consideración por parte de la sociedad en la que se ha producido la integración.
Y en el vértice de la pirámide se encontrarían las necesidades de autorrealización personal, de desarrollo espiritual, de buscar el cumplimiento de una misión, de hallar el sentido de la propia existencia, de darse al prójimo, de trascender lo material porque todas las necesidades en ese ámbito llevan ya tiempo cubiertas.
Aplicación social
La pirámide de Maslow se refiere a la jerarquía u orden de prioridades de las necesidades humanas. ¿Y si la aplicamos a la escala de toda una sociedad, como en nuestro caso Sevilla? Si trasladamos y superponemos la pirámide a Sevilla como ciudad, ¿qué necesidades deberían ser satisfechas primero antes de pasar al siguiente nivel?
Vemos que nuestros políticos, con el alcalde a la cabeza, generalmente suelen hablar de las grandes infraestructuras como la prioridad de Sevilla: que si las tres líneas pendientes del Metro (un coste de al menos 3.700 millones de euros) o, para empezar, del tramo Pino Montano-Prado de San Sebastián de la línea 3 (700 millones de euros); que si la SE-40 y sus túneles bajo el río Guadalquivir (más de 500 millones de euros sólo para estos últimos); que si la Ciudad de la Justicia no se sabe bien todavía dónde (al menos 100 millones de euros); que si la prolongación del tranvía hasta Santa Justa (23,4 millones del tendido más 16 millones para los tranvías), que si…..
Mientras nuestros dirigentes sólo hablan de inversiones multimillonarias en grandes infraestructuras y se colocan por tanto en la parte alta de la pirámide en la jerarquía de las necesidades de Sevilla, hace tan sólo unos días el Ayuntamiento presentó un estudio sobre el estado de las viviendas de nuestra ciudad que revela que hay 24.236 que precisan de rehabilitación y que, de ellas, 18.573 se encuentran en estado deficiente, malo o ruinoso.
Orden de prioridades
¿No situaba acaso Maslow el refugio, o sea un techo bajo el que cobijarse, en la base misma de su pirámide? Conforme a la jerarquización de las necesidades, la rehabilitación de esas 24.236 viviendas, con toda la creación de empleo que supondría en nuestro sector de la construcción y en las industrias auxiliares, debería ser para el Ayuntamiento una prioridad mucho más importante que iniciar la línea 3 del Metro o prolongar el tranvía hasta Santa Justa, conforme al principio de Maslow de que no se debe subir del nivel en la pirámide sin previamente haber satisfecho las necesidades del nivel precedente. ¿Qué es más básico e importante, tener un parque de viviendas en perfecto estado de revista y en que vivan dignamente todos los sevillanos o dedicar 700 millones al Metro y dejar 24.236 viviendas al borde de la ruina?
Más demoledor aún es el dato de ese mismo estudio elaborado para el Plan Municipal de Vivienda 2018-2023 de que tenemos 63.435 edificios de cuatro o más plantas sin ascensor, con todo lo que eso supone de menor calidad de vida para sus habitantes y de graves problemas en caso de imposibilidad física y a medida que faltan las fuerzas conforme pasan los años y se va envejeciendo. El grupo constructor Praysa redactó un informe el pasado verano en el que cifró en más de 100.000 las personas sin ascensor en Sevilla, de las que 10.500 tienen algún tipo de incapacidad y más de 7.000 sufren problemas de movilidad reducida. Singular fue el caso de la vecina del Polígono de San Pablo que no había podido salir de su piso en trece años, hasta que le instalaron un elevador en el bloque.
El pasado mes de julio, la Gerencia de Urbanismo abrió un periodo para solicitar ayudas para la colocación de ascensores y para el desarrollo de medidas de accesibilidad en el parque de viviendas más antiguo, con una cuantía de 850.000 euros, más otros 250.000 para complementar las actuaciones de otras Administraciones (por ejemplo, la Junta de Andalucía) en esta línea.
Más de mil años
¿Cuánto cuesta instalar un ascensor en un edificio antiguo que no lo tiene? Obviamente, depende de muchos factores. Cada inmueble es un caso distinto. En foros especializados del sector se estima que colocar un ascensor pequeño con seis paradas puede rondar los 30.000 euros, en función de los acabados interiores y exteriores. Otras fuentes hablan de al menos 50.000 euros. Si tomamos el primer precio, el más barato, el 1,1 millones de euros de la convocatoria de la Gerencia de Urbanismo daría para instalar 37 ascensores, en números redondos. Pues bien, a este ritmo se tardarían 1.714 años en dotar de ascensor a esos 64.435 edificios carentes de este equipamiento básico.
Si aplicamos la pirámide de Maslow a la jerarquía de necesidades de Sevilla, ¿acaso no se deduce por pura lógica cuál debe ser el orden de prioridades de la ciudad, su Plan Estratégico? ¿Debemos pensar en gastar 700 ó 3.700 millones de euros en una medio línea o una red de Metro antes que en dotar de ascensores a 63.435 viviendas y a 100.000 sevillanos que no lo tienen?
Cuando era senador y líder de la oposición municipal, Espadas propuso un plan para crear empleo en la Sevilla por entonces de los 90.000 parados (ahora 74.277, según la estadística oficial del pasado septiembre) dotando de aislamiento al mayor número de edificios posible y financiando la operación con el ahorro energético que se conseguiría. Ahora que es alcalde, ¿no se le ocurre un plan para crear empleo rehabilitando esos 24.236 inmuebles en mal estado y dotando de ascensores a los 63.435 en los que sus vecinos han de subir las escaleras a pie, con lo que de paso satisfaría una necesidad básica del primer nivel de la pirámide y elevaría notablemente la calidad de vida de tantos sevillanos?
Megalomanías
El pasado curso hemos vivido la polémica, propia de una sociedad subdesarrollada, por los colegios de nuestros hijos carentes de aire acondicionado en pleno siglo XXI, con temperaturas superiores a 30 grados en sus aulas por ser la nuestra una ciudad tórrida y cada vez más afectada por el cambio climático. ¿Imaginamos en la fría Alemania colegios sin calefacción? Pues bien, ¿en qué nivel de la pirámide de Maslow colocaríamos este problema irresuelto de la falta de climatización? ¿Y el de las bibliotecas cerradas por las tardes por falta de personal? ¿No es acaso una necesidad básica de una sociedad contar con una buena red de bibliotecas para elevar el nivel cultural de sus habitantes y que habría que satisfacer antes que seguir subiendo nivel tras nivel hasta la cúspide de la pirámide gastando los recursos en otras cosas menos esenciales?
La pirámide de Maslow aplicada a Sevilla y a la política local es un magnífico instrumento para calibrar el orden real de nuestras prioridades como ciudad y medir el grado de sensibilidad social o de megalomanía de nuestros gobernantes. ¿Atienden lo básico o lo superfluo?
Un alcalde con sensibilidad social y sentido común no se habría gastado, como hizo Monteseirín, 138 millones de euros, detraídos además del dinero destinado a los barrios, en levantar las prescindibles Setas de la Encarnación teniendo una ciudad con más de 70.000 parados, 24.000 viviendas al borde de la ruina y 63.000 sin ascensor. En su megalomanía se colocó en el vértice de la pirámide cuando en la vida real Sevilla aún tiene los pies de barro.
Envía tu noticia a: participa@andaluciainformacion.es