La Comisión Provincial de Patrimonio ha aprobado el informe del arqueólogo director del Alcázar, Miguel Ángel Tabales, justificativo de las demoliciones en el Patio del León y de otras intervenciones con el fin de “adecuar” el monumento a las visitas y de explotarlo turísticamente aún más pero presentando la operación bajo la fórmula eufemística de “devolver la monumentalidad perdida” al acceso.
Todo nace de la asunción de un falso problema: el poderoso lobby turístico local se indigna porque sus clientes que han programado una estancia en Sevilla con visita incluida al Alcázar han de guardar cola ante la Puerta del León al aire libre, llueva o ventee o haga el calor que haga.
El año 2016 se ha cerrado con 1.621.355 visitantes al Alcázar, un 6,64% más (101.303) que en el año anterior, cifra que supone un récord y un riesgo de sobrecarga para un monumento que se abre los 7 días a la semana y en el que sólo está permitido que permanezcan un máximo de 750 personas al mismo tiempo. No se tiene constancia, sin embargo, de que ese aforo se respete y con qué sistema de conteo. Antiguamente, un vigilante situado en la puerta del Apeadero (Patio de Banderas) iba contando los turistas que salían y cuando llegaba a 50 avisaba por walkie-talkie al control de la Puerta del León para que dejaran entrar a otros tantos.
Inferior
Este 1,6 millones de visitantes está muy lejos del número que reciben otros monumentos ante los que se guardan colas kilométricas a la intemperie y que los turistas, como de verdad están interesados en conocerlos, soportan sin rechistar bajo los paraguas si llueve, con abrigos si hace frío o ropa ligera si hace calor y untándose de bronceador contra el sol. Las colas ante el Alcázar son inferiores a las que se forman ante la Sagrada Familia de Barcelona (3,7 millones de turistas), el museo del Prado (3,03 millones), los museos vaticanos y la Capilla Sixtina (más de 6 millones) y los monumentos franceses, pese a la caída de hasta un 15% que han sufrido por la amenaza terrorista: 7,3 millones en el museo del Louvre; 6,2 millones en la torre Eiffel; casi 7 millones en el palacio de Versalles y entre 13,5 y 15 millones, según las fuentes, en la iglesia de Notre Dame.
En ninguno de estos monumentos se ha planteado, ni por asomo, alterar su estructura o su acceso para que los turistas dejen de hacer cola en la calle, por larga que sea, sino, en todo caso, mejorar la organización de las visitas mediante reservas previas por Internet y habilitando diversas entradas para acelerar o facilitar el ingreso de las personas.
Como, al parecer, en Sevilla somos diferentes, la reserva de entradas al Alcázar y pago por Internet, que facilitarían la visita y reducirían el tiempo de permanencia en las colas, sólo suponen el 11,46% del total (185.930 de 1.621.355 en 2016).
Seis puertas
La primera o simultánea opción sería, pues, promocionar la venta “on line”, donde hay un margen de mejora del 88,5%. La segunda, replantearse por qué los turistas han de entrar por la misma puerta, la del León, cuando el Alcázar tiene seis, a saber: la citada del León, la del Apeadero (Patio de Banderas), la de la Huerta de la Alcoba, la del Campo, la de la calle Deán Miranda y la de la Judería. A estas seis podría unirse una séptima, planteada por Ciudadanos: recuperar o abrir un acceso por el patio almohade más grande de Europa, el de la contigua Casa de la Contratación, actualmente vedado al público por la Junta de Andalucía, su ocupante.
En vez de abrir más puertas y de fomentar las ventas y reservas por Internet, a la dirección del Alcázar y a su arqueólogo director, con el visto bueno de la Comisión de Patrimonio y el aplauso del delegado de Turismo y del alcalde, sólo se les ocurre como “solución” al “problema” meter la piqueta en un edificio Patrimonio de la Humanidad (con este precedente, ya cualquier monumento está en peligro: ¿por qué no meterla también y demoler en la Giralda, la Catedral y el Archivo de Indias?) para derruir las casas adosadas a la muralla por el interior del Patio del León con el fin de hacerle allí y en la Casa del Militar más sitio a los turistas y para que la cola la guarden dentro y no se vea en la calle. ¿Harían algo así en Notre Dame, el Vaticano, Versalles, el Louvre, la Sagrada Familia…?
Preservar, no explotar
Se olvida la cuestión esencial: la misión de Sevilla en cuanto guardiana de un patrimonio que ya no es sólo nuestro sino de toda la Humanidad es preservar el Alcázar tal como nos ha llegado para las generaciones futuras, no explotarlo turísticamente hasta la saciedad como si fuera una caja recaudadora (¿ha de adaptarse el Alcázar a los turistas o han de ser los turistas quienes se adapten al Alcázar?) y demoler o alterar una parte del mismo para convertirlo en vestíbulo de visitantes porque a quienes lo dirigen no se les ocurre abrir las restantes puertas o mejorar el sistema de reserva de visitas en la era de Internet.
El conjunto monumental declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en el año 1987 es el mismo prácticamente (salvo la autorizada recuperación, que no demolición, del antiguo Patio de las Doncellas) que hoy conocemos con las aportaciones de las distintas épocas, aunque unas puedan parecer más acertadas o desacertadas que otras, porque el Alcázar es fruto de la Historia.
El arqueólogo, avalado por la Comisión de Patrimonio, recomienda “retirar” (eufemismo para no decir demoler) las casas adosadas al interior de la muralla por el Patio del León con el argumento de que su valor patrimonial es nulo; su función es ya incompatible con las necesidades actuales del Alcázar (o sea, que el monumento está supeditado a la explotación turística y no a su conservación) y que su eliminación permitiría restaurar (más bien ponerlas a la vista) murallas, torres y portadas medievales ocultas con las que se “devolvería la monumentalidad perdida” al acceso al monumento.
Casa del XVIII
No se puede decir que un edificio -casilla le llama- que ni siquiera se molesta en describir, valorado por Juan Talavera, Joaquín Romero Murube y Rafael Manzano, tiene nulo valor. ¿Desde la arqueología? ¿Desde el arte, el paisaje urbano? ¿Como arquitectura popular ambiental de bellas proporciones? Ahora ya acepta que puede ser del siglo XVIII. Según Rafael Manzano, su muros y su portada eran de esa época y no se debería destruir, por eso lo restauró y adaptó la primera planta para taquilla, con mucho tacto.
Tiene interesantes rejas de forja que miran al Patio del León. Pero el arqueólogo mete en el mismo saco esta casa dieciochesca de teja árabe y la de enfrente, levantada por el tan recordado poeta Joaquín Romero Murube en los años 50 del pasado siglo y a cuyos “cielos que perdimos” habrá que unir ahora éste su legado arquitectónico andaluz.
Ese tipo de casa del XVIII es de las que protege la Carta de Arquitectura vernácula. Aquí eso suena a chino, por eso los pueblos han cambiado radicalmente de semblante, a golpe de piqueta, y casi nada queda ya de esa maravillosa arquitectura popular que tanto defendían el gran Mercadal (arquitecto del movimiento moderno), César Manrique y Carlos Arturo Flores en sus monumentales cinco tomos de la Arquitectura popular española, publicados en la editorial Aguilar.
Esa casa, la escalera de Tubino en el patio de la Montería y todos los azulejos, solería, mármoles, columnas y fuentes de mármol que se han de “retirar” para hacer sitio a las colas que desembocarían en la preciosa Casa del Militar (obra de Juan Talavera), además de setos de arrayán, flores y arboleda, son las aportaciones de distintas épocas que protegen la Ley y las cartas internacionales.
No es verdad que su permanencia impida una correcta lectura del monumento, porque desde las taquillas se ve ampliamente la muralla y la puerta que da a la calle Miguel Mañara (no de Mañara, como dice Tabales). Con ese mismo pretexto habría que derruir la casa del Patio de Banderas que está pegada a la muralla de la calle Joaquín Romero Murube, donde queda al descubierto un impresionante lienzo de muralla de piedra (ése sí que es bueno) con su puerta cegada en todo el frente de la sala grande. Lo restauró el propio Tabales.
“Plaza dura”
No explica tampoco claramente por qué hay que eliminar la magnífica solería que puso José María Cabeza en 2005. Y justifica los inventos reconstructivos -vaya, si los hiciera Rafael Manzano, ¡la que se armaría!- empleando la palabra anastilosis, que sólo es aceptable si existen algunas piezas originales, documentos y criterios serios que permitan su reconstrucción fidedigna. Fue lo que hizo muy bien Manzano en las yeserías de uno de los frentes del Patio del Crucero, en el que pueden verse trozos de paño de sebka originales; o la decoración de los arcos de la galería alta del Patio de las Doncellas, cuyos restos aparecidos en el trasdós de una de las arcadas avaló su reconstrucción completa.
Y cuando haya acabado con las casas adosadas, los cuarteles de arrayán, las plantas, las flores, los árboles (menos los palos-borracho, que ahora ya aboga por salvar), las fuentes, los azulejos, las rejas… todo lo típico de la arquitectura popular sevillana que conforma la entrada actual al Alcázar, ¿qué tendríamos? Pues una “plaza dura” más, en la que se verían por dentro las mismas murallas que por fuera, pero, eso sí, llena de turistas para incrementar las visitas y así los ingresos.
Y lo de los merlones que completan las almenas no es más que para darle seguridad a las azoteas, para sobrecargar más tan frágil palacio metiendo más y más gente. Así, habla sin tapujos de “convertirlas en uno de los referentes turísticos de la ciudad” y que poder visitar adarves y torres “permitiría aumentar el aforo de visitas al Alcázar y resolvería un atraso indiscutible en la explotación del monumento en uno de sus puntos de mayor interés de su historia, permitiendo a los visitantes disfrutar de las mejores vistas del centro histórico”.
Explotación del monumento, no preservación. Más claro, agua.
En su informe el arqueólogo reconoce que la torre que da a la calle Miguel Mañara está “muy
deteriorada”. Y el Alcázar, con 11 millones de euros en el banco; y la Comisión de Patrimonio, sin alarmarse por esa pésima conservación de un Patrimonio de la Humanidad, pero claro, como a la torre no se suben los turistas, ¿qué más da?
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