En el artillero Alfonso Guajardo-Fajardo y Albarracín (Sevilla, 31 de enero de 1915-21 de noviembre de 1985), coinciden las mismas circunstancias que motivaron a centenares de jóvenes sevillanos veinteañeros a dejarlo todo, estudios, carreras recién terminadas y familias y novias, para dar un paso al frente y unirse a las escasas tropas con que contaba el general Queipo de Llano el 18 de julio de 1936. Aquel gesto de patriotismo juvenil, de idealismo, no se comprenderá nunca por las actuales generaciones haciendo abstracción de las circunstancias temporales; es decir, del caos social que sufría España en general y Sevilla en particular, desde la proclamación de la II República. Ser alférez provisional se consideraba “ser cadáver seguro”, y así lo confirma la nómina de universitarios sevillanos que pagaron con su vida la llamada del patriotismo. Alfonso Guajardo-Fajardo y Albarracín fue soldado voluntario en las Milicias Nacionales desde el mismo día 23 de julio de 1936 en que fueron convocadas por el mando militar.
Cinco meses más tarde ya era alférez provisional en el Tercer Regimiento de Artillería Ligera. Como tantos otros jóvenes cuyas vidas fueron marcadas por la guerra civil, cuando terminó sus servicios a la Patria, volvió a la vida civil y sin vincularse a las actividades políticas del Régimen, se dedicó a sus tareas de empresario agrícola, desarrollando una meritoria labor económica y social, coronada con sus aportaciones a la Transición Política en Sevilla.
Alfonso Guajardo-Fajardo y Albarracín, 21 años y con la licenciatura de Químicas recién terminada, fue un paradigma de aquella juventud idealista que no dudó en sacrificar sus ilusiones para ponerse al servicio de España.
Al día 14 de noviembre de 1936, ya era alférez provisional afecto el Tercer Regimiento de Artillería Ligera. Y al 14 de julio de 1937, era teniente provisional en el mismo Regimiento. Al término de la guerra, en marzo de 1939, es teniente profesional. Asciende a capitán por antigüedad en 1944, y en 1955 asciende a comandante honorario en la Reserva. En esa situación estuvo hasta 1973, permaneciendo en el Ejército treinta y seis años, seis meses y ocho días. A esas cantidades deben sumarse los abonos de campaña, que totalizan treinta y ocho años, diez meses y dos días. Durante los años 1945-1953, su vida militar suma experiencias de mando en diversos destinos, hasta que en el último año citado decide pedir el pase a la situación de reserva. En 1955 asciende al grado de comandante honorario en la reserva, situación que mantuvo hasta que en 1973 pasa a situación de retirado por cumplimiento de la edad reglamentaria.
En 1939 obtuvo la Medalla de la Campaña, una Cruz Roja del Mérito Militar, y una Cruz de Guerra. En 1959 se le concedió una Cruz de la Real y Militar Orden de San Hermenegildo, y en 1969, la Placa de la Real y Militar Orden de San Hermenegildo.
Desde su retiro voluntario en 1953, Alfonso Guajardo-Fajardo y Albarracín dedicó su vida a la agricultura, destacando como empresario labrador con proyección económica y social, sin vincularse a ninguna actividad política del Régimen, y destacando como maestrante abierto a la sociedad de su tiempo. Su vida al servicio del bien común fue valorada por la Corporación municipal de Umbrete, liderada por el Partido Socialista Obrero Español, rotulando con su nombre una calle de la localidad. Su hijo y heredero, Alfonso, continúa la dedicación de su padre en Umbrete.
Alfonso Guajardo-Fajardo y Albarracín, como teniente de Hermano Mayor de la Real Maestranza de Caballería (1979-1985), fue el primer dirigente maestrante que supo conciliar la tradición corporativa con la necesaria vertebración de la nobleza con la sociedad sevillana. Fue el primero en superar las verjas de la Corporación y hacerse presente en las principales actividades sociales y culturales ciudadanas. La Real Maestranza comenzó a ser conocida y valorada no solo por su encomiable labor en el coso taurino, sino por otras actuaciones benéficas y de respaldo a los mundos decisivos de la cultura y la enseñanza universitaria.
La figura complaciente, comunicativa, de Alfonso Guajardo-Fajardo, se hizo acreedora de respeto, admiración y gratitud no solo en el mundo de la Tauromaquia, sino en el universitario, ateneísta, colegial profesional y asociativo. Con él, la Real Maestranza dejó de ser una Corporación alejada de la sociedad, y se convirtió en una plataforma integradora y valorada positivamente por sus coberturas e iniciativas a favor de la cultura y la beneficencia en un amplio y generoso espectro de inversiones.
En el plano personal, Alfonso Guajardo-Fajardo respondió con generosidad y con talante de prócer a las exigencias de la Transición Política. Por ello, el 29 de diciembre de 1982, dentro del período de su tenencia (1979-1985), el Ayuntamiento hispalense le concedió a la Real Maestranza de Caballería la Medalla de Oro de la Ciudad. Y un año después, el Ateneo de Sevilla otorgó a esta noble institución el Premio Joaquín Romero Murube. Alfonso Guajardo-Fajardo fue fiel a sus raíces aristocráticas y al mismo tiempo, con señorío, se vinculó al proceso cívico estimulado por el centrismo político que hizo posible la conciliación nacional y local. Lejos de mantenerse al margen de la vorágines sociopolítica propia de unos tiempos convulsivos, amparado en la comodidad de su cargo y posición social, fue paradigma por responder siempre a lo que se esperaba de sus apellidos, cultura, patrimonio, capacidad de gestión y liderato, como digno dirigente maestrante capaz de representarla como siempre fue desde sus orígenes, es decir, una escuela de nobleza al servicio del bien común.