Gregorio Cabeza Rodríguez (Carmona, 3 de noviembre de 1920-Sevilla, 14 de diciembre de 2012), tenía 41años en 1961 y era funcionario del Gobierno Civil, cuando fue comisionado por Pedro Gual Villalbí, ministro sin cartera y delegado para Sevilla, para organizar los veinticinco refugios de damnificados por la riada provocada por el arroyo Tamarguillo, en una ciudad que tenía cincuenta y tres suburbios infrahumanos. Muchos años antes, Gregorio Cabeza había sido funcionario del Servicio Internacional de Correos.
Nunca pudo pensar Gregorio Cabeza en noviembre de 1961 que, con aquel nombramiento de urgencia, daba comienzo una etapa de diecisiete años, hasta junio de 1978, al frente de la Secretaría de Viviendas y Refugios, en la que sería protagonista y testigo de la época más trascendente de la vida local durante el siglo XX, en sus aspectos urbanos, residenciales y demográficos.
Una Secretaría de Viviendas y Refugios que, además, nunca existió oficialmente, porque nunca fue creada por acuerdo municipal ni incluida en los presupuestos de la ciudad. Tanto es así que, para evitar problemas futuros, Gregorio Cabeza pidió y obtuvo de Antonio González y González Nicolás, que designara un interventor de oficio, para garantizar la transparencia contable de los refugios, que sólo contaban con el dinero aportado por los propios refugiados y los donativos. El Ayuntamiento de Sevilla nunca concedió una subvención, aunque sí ayudo de otras maneras en casos concretos. El funcionario designado fue Francisco Romero Ramos, persona de confianza del interventor del Ayuntamiento.
La dedicación de Gregorio Cabeza a las funciones de emergencias encomendadas en 1961 por el ministro Gual Villalbí, fue total. Tiempo después, la Secretaría de Viviendas y Refugios dependería directamente de la Alcaldía de Sevilla.
Pero diecisiete años de labor no fueron fáciles en una ciudad con cincuenta y tres suburbios y veinticinco refugios, en condiciones infrahumanas la mayoría, por donde tuvieron que pasar más de ciento cincuenta mil personas. Y donde la ruina del caserío, los desahucios, los hundimientos con víctimas, jalonaron los años sesenta y primeros setenta. Miles de personas no olvidaron nunca los servicios prestados por la Secretaría de Viviendas y Refugios, y muchos de ellos dejaron testimonios de su gratitud en cartas que se conservan en el archivo de Gregorio Cabeza.
El camino fue de rosas y de espinas. Gregorio Cabeza fue duramente contestado cuando, en enero de 1970, afirmó públicamente su rechazo a la especulación de solares. Entonces dijo a la agencia Cifra y fue publicado por todos los periódicos nacionales, que “el problema de los numerosos solares abandonados, o en espera de una más alta cotización, que hay en Sevilla, lo considero como una sangría a la comunidad en beneficio de unos pocos; es más, entiendo que es algo inmoral, que incluso debía de castigarse con prisión si fuera necesario porque sin duda entra en el terreno delictivo”.
Personas que, al principio, fueron críticos con La Corchuela, modificaron su criterio cuando conocieron los servicios positivos que prestaba a la sociedad y las funciones regeneradoras de parte de los alojados. Y de críticos se convirtieron en colaboradores eficaces. Fue el caso significativo, entre otros, de Rafael Pertegal Ruiz de Henestrosa.
Un día, Gregorio Cabeza recibió una estampa con Cristo Crucificado, firmada por el sacerdote redentorista Angel Carrillo, que decía: “Como este Xto. está usted crucificado por los pobres sin hogar. Que Jesús le bendiga”.
Cuando llegó la hora de la despedida y el regreso a su puesto de jefe de Administración en el Gobierno Civil, en junio de 1978, Gregorio Cabeza recibió muchas cartas de gratitud. Una de ellas, firmada por el doctor arquitecto Rafael Arévalo Camacho, decía entre otras cosas:
“Recuerdo los tiempos en que Sevilla llegó a verse flanqueada por sus cuatro costados e invadida en pleno corazón por aquellos tristísimos “refugios” que constituyeron el termómetro de la frialdad de nuestra sociedad frente a los problemas de cuantos carecían de un techo bajo el que cobijarse. De todos esos marginados te convertiste en paladín y defensor, como un quijote de este siglo nuestro, tan propenso a la amnesia y a cerrar los ojos ante las desgracias ajenas. Mucho habrás sufrido -lo sé- ante la escasez de tus recursos para atender la demanda de una población desguarnecida; y ante la falta de comprensión de quienes, en lugar de ayudarte, se dedicaron a ladrar mientras cabalgabas pesándote en las alforjas la desgracia -vivida por ti y sentida- de cuantos acudían a tu puerta, en enjambre, en solicitud de ayuda. A todos tendiste la mano, y ganaste ciertamente -frente a todos- la batalla, siendo el pionero de esa “transfiguración” que nuestra ciudad ha venido consiguiendo, y de la que eres su principal artífice, desde el modesto despacho -inundado de datos, fichas y estadísticas- donde durante tan largos años erigiste tu cuartel general”.
Una calle ya rotulada recuerda a Gregorio Cabeza Rodríguez, en espera de su inauguración oficial. Falleció con 92 años.
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