Maestro de varias generaciones de pintores como Carmen Laffón y Luis Gordillo, Miguel Pérez Aguilera fue "el profesor de dibujo más reconocido y el pintor más desconocido", ha dicho a EFE Federico Ortés, principal estudioso de su obra y quien a los veinte años de su muerte le ha dedicado un libro que trata de desentrañar este enigma pictórico.
"Miguel Pérez Aguilera. Luminoso Calvario Andaluz" se titula este libro, unos diarios que recogen la larga relación de amistad del profesor Federico Ortés (Trasierra, Badajoz, 1953) con Miguel Pérez Aguilera (Linares, Jaén, 1915-Sevilla, 2004), a quien no duda en calificar como "el mejor pintor español de la segunda mitad del siglo XX".
Profesor de la Escuela de Bellas Artes de Sevilla, Pérez Aguilera "siempre se sintió un marginado" en el mundo artístico aunque todos reconocieron el magisterio que ejerció sobre tantos artistas consagrados, según ha asegurado Federico Ortés, quien ha recordado una anécdota con Fernando Zóbel:
"Zóbel le dijo en una ocasión que no podía poner ningún cuadro de ningún otro pintor al lado de uno suyo (en el museo de arte contemporáneo de Cuenca) porque se lo comía".
Solo le importaba la pintura
Durante catorce años, desde que se conocieron en 1990 hasta el año de la muerte del pintor, Ortés visitó un mínimo de una vez al mes el estudio de Pérez Aguilera, donde ambos estuvieron innumerables conversaciones sobre el proceso creativo, para luego tomar notas que ahora ha traspasado a "Luminoso Calvario Andaluz".
Ortés también empleó una grabadora para recoger la integridad de muchas de estas conversaciones, lo que Pérez Aguilera le permitió por la complicidad alcanzada entre ambos por el entusiasmo que siempre demostró por su pintura, desde que en 1990, en una exposición, fue el único visitante que se dio cuenta de que el pintor había sustituido un cuadro por otro.
"Fue un hombre hermético al que lo único que le importaba era la pintura, aunque también esta muy bien informado de todo, era muy lector y muy inteligente; era amable y reunía todas las virtudes del humanista y hasta era ecologista antes de que eso existiera; fue un maestro del dibujo y de la vida", ha señalado Ortés sobre cómo se tomó la falta de reconocimiento.
"También era un estoico y lo llevó con la dignidad y la elegancia con la que llevaba todo; aunque me consta que el boicot que sufrió lo afrontó como un castigo de la vida", ha indicado Ortés para añadir que el pintor siempre contó con el refugio de su esposa, la también pintora Salud Montoto, y de sus dos hijas.
De la figuración a la abstracción
Ortés emplea sin ambages el término "boicot" porque sólo así se explica que, por ejemplo, ni el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo (CAAC) ni su antecesor, el Museo de Arte Contemporáneo de Sevilla le hayan dedicado nunca una exposición, así como otros reconocimientos, como la medalla de Andalucía, varias veces se le insinuaron y jamás se le concedieron.
La explicación tal vez esté en el paso de la pintura figurativa a la abstracción, que Pérez Aguilera no dio hasta después de cumplir los cincuenta años, "cuando encontró el medio y la forma de expresar lo que quería; estamos acostumbrados a mirar un cuadro solo dos minutos, y los suyos precisan mucho tiempo para entender cómo relacionaba el color con las formas", ha asegurado Ortés, para añadir:
"Aunque abstractos, sus cuadros son muy narrativos, tienen un tema y él lo desarrolla, a veces no en un solo cuadro sino en una serie", ha señalado al considerar que también pudo pesar en su valoración como artista que fuese el profesor que llevó la modernidad a la Escuela de Bellas Artes, el primero en mostrar a Picasso y a Matisse tras sus viajes a París, en los años de la dictadura.
"Fue un genio pedagógico porque lo daba todo, nunca fue tacaño a la hora de enseñar, con cada alumno tenía un trato distinto en función de su desarrollo; era un portento, riguroso y exigente porque se proponía sacar lo máximo de cada uno de sus alumnos, con los que siempre era respetuoso y a los que siempre alentaba", ha evocado Ortés.
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