La Taberna de los Sabios

El alma de las ciudades

El alma de una ciudad va mucho más allá de la suma de sus casas, plazas y calles. Trasciende incluso a la de las personas que la habitan

Publicado: 14/05/2019 ·
22:51
· Actualizado: 14/05/2019 · 22:51
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Autor

Manuel Pimentel

El autor del blog, Manuel Pimentel, es editor y escritor. Ex ministro de Trabajo y Asuntos Sociales

La Taberna de los Sabios

En tiempos de vértigo, los sabios de la taberna apuran su copa porque saben que pese a todo, merece la pena vivir

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Las ciudades tienen alma, alma que es particularísima y singular. Esa alma no se razona, sólo se percibe. Conocerla, comprenderla, no es cosa de ciencia, sino de alquimia. Alcanzarla no está al alcance de la razón, sino que precisa de la comunión de los sentidos.

El alma de una ciudad va mucho más allá de la suma de sus casas, plazas y calles. Trasciende incluso a la de las personas que la habitan y a la de su manera de habitarla. Una ciudad es la amalgama de los vivos de hoy con los fantasmas del ayer. Gentes del siglo y sombras vagas del pasado, casas y personas de antaño, casas y personas de hoy, entreveradas con su historia, sus pasiones, sus fiestas, sus duelos, sus proyectos, sus formas de expresarse, de ser y de sentir. La alquimia del tiempo los diluye y confunde a todos, piedras, caserío, vivos y muertos, en la retorta prodigiosa de su evocación. Macerémoslos entonces con su historia, su arte, sus tradiciones, sus personajes, sus mitos, sus leyendas, sus creencias, su forma de ver el mundo, y dejémoslo fermentar. El elixir resultante debe criarse con los aditamentos mutantes de cada época, a modo de solera añeja. Y entonces obtendremos algo parecido al alma de la ciudad, que permanece encerrada en una barrica invisible y esencial, pero que impregna de olor a la bodega toda y que se perfecciona al fusionarse con el alma de quien la observa. Así, cuando visitamos cualquier ciudad, percibimos inconscientes el regusto de su alma. Esa sensación evocada, esa emoción percibida, ese aroma espiritual, es el alma de la ciudad. El alma no se ve ni se razona, sólo se percibe. Por eso, cuando visitamos una ciudad experimentamos sensaciones que van más allá de los colorines de su folleto turístico. Es su alma, entonces, quien nos habla mística y pura.

Percibir esa alma diferente de cada ciudad es muestra de sabiduría y sensibilidad. Por eso, debemos tratar de comulgar con ella. Iniciamos nuestra búsqueda en Córdoba, ciudad que nos seduce hoy como el primer día que la conociéramos, décadas atrás, en noche de judería y luna.Y fruto de esa búsqueda de su esencia íntima nace nuestro ensayo “Teoría de Córdoba” (Almuzara). El alma de Córdoba es grande y antigua; misteriosa y hermosa; huidiza y esquiva. Probablemente, también inmortal, al pertenecer ya, por derecho propio, al elenco reducido de las ciudades-mito, esculpido por siempre su recuerdo en la Historia grande de la humanidad. Y porque la amamos, queremos conocerla y, tarea osada, teorizarla.No resultará tarea fácil, porque, muy celosa de su intimidad, rehúye las miradas curiosas y profanadoras del secreto de su ser. 

Córdoba no mostrará nunca, a nadie, su alma al completo. Es demasiado sabia como para descubrirse. Hay que aprender a sentirla, a percibirla, en sus expresiones. Eres lo que haces y, sobre todo, cómo lo haces. Por eso, en vez de tratar de abordar de manera directa su alma, lo hacemos a través de sus maneras de expresarse y, sobre todo, en sus fiestas, espejo en el que podremos descubrir reflejados algunos jirones de ese alma hermética y esquiva. Nuestra teoría de Córdoba no mirará, por tanto, al foco, sino a aquello que ilumina por regocijarse en ello.

Conozcamos el alma de nuestras ciudades, de la suya y de la mía. Alma que conformamos sin percatarnos de ello, pero que, también, de alguna manera, nos conforma en nuestra identidad y manera de ser y estar.

 

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