La Taberna de los Sabios

¿Sirve para algo la universidad?

Ya resulta muy difícil conocer y valorar la real importancia de un título frente a otro

Publicado: 18/04/2018 ·
09:12
· Actualizado: 18/04/2018 · 09:12
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Autor

Manuel Pimentel

El autor del blog, Manuel Pimentel, es editor y escritor. Ex ministro de Trabajo y Asuntos Sociales

La Taberna de los Sabios

En tiempos de vértigo, los sabios de la taberna apuran su copa porque saben que pese a todo, merece la pena vivir

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Pues claro que sirve, en teoría al menos. Para formar y educar, para investigar y para crear, gestionar y divulgar el conocimiento. Pero, atención, puede estar entrando en una crisis grave y profunda. El mundo avanza acelerado, sin aguardar a las insignes y, en ocasiones, vetustas cátedras. El asunto del máster de Cristina Cifuentes ha puesto sobre el tapete una cuestión tan vidriosa como compleja, la del prestigio y validez de las titulaciones universitarias en un mundo en el que los grandes gurús, como Steve Jobs o Bill Gates, por ejemplo, nunca las poseyeron. Aunque las universidades siguen siendo importantes, sus titulaciones se han devaluado a niveles inimaginables hace tan solo pocos años.

¿Por qué está la universidad – tanto la pública como la privada – bajo sospecha? Hagamos un breve repaso histórico para comprenderlo. Los hijos del baby boom, los nacidos en los sesenta, tuvimos, por vez primera en nuestra historia, la posibilidad de acceder a la universidad. Para las generaciones anteriores se convirtió en un objetivo vital el poder dar a sus hijos una carrera universitaria que, por aquel entonces, significaba prestigio social y buen empleo. A principios de los ochenta las universidades se masificaron, incapaces de albergar la avalancha de estudiantes de los 60. Esa fuerte demanda, por un lado, y las competencias cedidas a las Comunidades Autónomas, por otro, abrieron las puertas a una proliferación de universidades públicas, ya que ninguna capital de provincia quiso renunciar a convertirse en sede universitaria. Algunas voces se levantaron advirtiendo que esa inflación de universidades, además de un coste excesivo, significaría una peor calidad educativa porque un buen claustro de profesores no se improvisaba. Asimismo, las leyes de autonomía universitaria, por un lado, y las autonómicas, por otro, impidieron en la práctica la movilidad de los profesores y la libre concurrencia para el profesorado. Los tribunales eran determinados por los propios departamentos por lo que la movilidad quedó prácticamente anulada. Los requerimientos lingüísticos consagraron el endemismo universitario que hoy padecemos.

En paralelo, asistimos al nacimiento de universidades privadas, así como la extensión de Escuelas de Negocios y otros centros formativos de diverso tipo, que aumentaron y enriquecieron la oferta educativa. Y, como es normal, existen centros privados de calidad y prestigio incuestionable frente a otros mediocres que pronto fueron denominados como expendetítulos. La titulitis navegaba a toda vela. Aunque una buena formación profesional era mejor garantía de empleo que muchos de los títulos universitarios, las familias y los alumnos siguieron prefiriendo el prestigio de la universidad, quizás por aquello de nuestra congénita hidalguía.

La convicción de que la formación - tanto inicial como a lo largo de toda la vida– era la mejor estrategia posible para el empleo propició los diversos programas de formación/empleo financiados tanto por el INEM como por el FSE. Más títulos y oferta formativa. Y, por si fuera poco, el llamado Plan Bolonia supuso una auténtica revolución en las titulaciones universitarias. De las licenciaturas se pasaron a los grados, que debía complementarse con un máster, que podía ser de titulación propia u oficial. Los máster, hasta entonces patrimonio de las Escuelas de Negocios, proliferaron en todos los ámbitos, creando una complejísima jungla de titulaciones diversas, con grados de exigencia bien distintos.

Unido a todo lo anterior, la formación a través de la red, las Universidades online y demás ofertas de e-learning disparó la oferta educativa hasta el grado de que ya resulta muy difícil conocer y valorar la real importancia de un título frente a otro. Esta inflación de títulos conllevará – como ocurre con el dinero – a la devaluación de la titulitis. El mercado ya no pagará el título que ostentas, sino lo que realmente sabes hacer.             

La realidad social es darwiniana y la moneda buena terminará desplazando a la mala. Réquiem gozoso por una titulitis, que debe, ya, descansar en paz para siempre.

 

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