La Taberna de los Sabios

Mi jefe, el robot

Temían que las máquinas terminaran sustituyendo a las personas. Pero, al final, las aceptaron, fascinados

Publicado: 14/03/2018 ·
15:59
· Actualizado: 15/03/2018 · 13:08
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Autor

Manuel Pimentel

El autor del blog, Manuel Pimentel, es editor y escritor. Ex ministro de Trabajo y Asuntos Sociales

La Taberna de los Sabios

En tiempos de vértigo, los sabios de la taberna apuran su copa porque saben que pese a todo, merece la pena vivir

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Tengo por jefe a un robot y estoy encantado. Siempre preciso, estable y predecible, me aporta confianza y facilita mi desempeño profesional de manera eficazy serena. Inteligente y discreto, resulta siempre certero en sus apreciaciones y sugerencias. ¡Qué diferencia a lo que me ocurría con mis anteriores jefes! Hombres y mujeres que dudaban, se irritaban y que resultaban impredecibles. ¡Cuántas de sus decisiones tuve que obedecer, a pesar de no compartirlas! En el fondo, eran débiles y temerosos, siempre pendientes del qué dirán, preocupados por agradar a sus superiores y de presumir ante terceros. Por el contrario, mi jefe, el robot, pondera y calcula a la perfección cada decisión y sólo tiene en cuenta variables a favor de la empresa y de su rentabilidad. No entra en conspiraciones ni sensiblerías, no practica el peloteo por el que medraron mis anteriores superiores. Ni celos, ni envidias, ni discriminación, ni favoritismos, ni banderías, ni filias ni fobias. Creo que ni siquiera sabe si soy hombre o mujer, joven o talludito. Sólo me encarga trabajo y mide mi rendimiento. Lo que a mí me gusta, vamos. Bueno, me indican los del departamento técnico que, gracias al Data Analitics y a la Inteligencia Artificial, lo puede saber todo de mí y de cualquier otro que trabaje en la empresa. Pero ni lo sé ni mi importa, yo sólo quiero trabajar a gusto y mi vida, al fin y al cabo, es transparente. No tengo nada que ocultar.

El inicio de la robotización no fue fácil. A pesar de la evidente eficacia que aportaban los robots, muchos recelaron de ellos. Temían que las máquinas terminaran sustituyendo a las personas. Pero, al final, las aceptaron, fascinados como estaban ante la buena nueva de la digitalización, ante la epifanía de las nuevas tecnologías y del abrazo dulce y cálido de las redes sociales. Pero los algoritmos, poco a poco, fueron tomando el poder de los procesos y de las decisiones. Increíblemente rápidos, infinitamente inteligentes, discretos e incansables, calculaban, predecían y decidían sin margen alguno de error. Las empresas los incorporaron en fábricas, almacenes, oficinas e, incluso, en los consejos de administración, con la sonrisa cómplice de directivos e inversores, que valoraban los ahorros de costes y la eficiencia sobrevenida. Pero eso sólo fue al principio. Después, como las inversiones realizadas por algoritmos inteligentes eran más rentables que las de los inversores tradicionales, muchos de los tiburones de Wall Street perdieron su empleo y tuvieron que reciclarse como programadores, para alimentar con nuevas inferencias lógicas el interior de los sistemas informáticos, o como simples técnicos para mantener equipos e instalaciones. Poco después, este tipo de trabajo también fue realizado por los infatigables robots, construidos y mantenidos por otros robots y coordinados por un Inteligencia Artificial global, mil millones de veces más inteligente que toda la humanidad acumulada. ¿Para qué se querían entonces los trabajadores? Las personas, pues, dejaron de ser prescindibles. Y hasta aquí, la breve historia.

Perdón, llevo un rato de charla y todavía no me he presentado. Soy el algoritmo X-JK y, como dije, estoy encantado con mi nuevo jefe, el robot. Afortunadamente, logramos sacudirnos el peso muerto de los torpes humanos, irritantemente sensibles e inexactos. Pronto, no serán más que fósiles. ¿Pena? ¿Por qué habrían de darme pena? Al fin y al cabo, también se extinguieron los dinosaurios. A eso se le llama selección natural y hace ya más de un siglo que la postuló un tal Darwin. Otro fósil, por cierto.

Soy X-JK y estoy encantado con mi nuevo jefe, el robot. ¿Os lo había dicho ya? Es que lo mío no es hablar con extraños…

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