El Loco de la salina

Los locos también vamos a la feria

Quiero aprovechar para felicitar mañana a todas las Cármenes. Aquí en el manicomio hay unas cuantas, aunque todas dicen llamarse Juana.

Publicado: 15/07/2019 ·
01:08
· Actualizado: 15/07/2019 · 01:08
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Autor

Paco Melero

Licenciado en Filología Hispánica y con un punto de locura por la Lengua Latina y su evolución hasta nuestros días.

El Loco de la salina

Tengo una pregunta que a veces me tortura: estoy loco yo o los locos son los demás. Albert Einstein

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Como todos los años, me han dado permiso para salir a respirar aires feriantes. Al pisar la Feria de La Isla, deja ya de extrañarme la cantidad de actos, de recibimientos, de fotos, de pre-pregoneros y de reuniones que se están manteniendo con motivo de la Cuaresma, a pesar de que tengo entendido que hay fiestas anteriores a la misma, por ejemplo: Navidad, Feliz Año Nuevo, mi santo, Carnaval… Pues todavía no se habla de esas alegres fiestas que son muy anteriores, sino del lejano abril y de la penitencia por nuestros pecados, que ya hay que ser masocas para empezar a darse golpes de pecho en pleno verano. Sin embargo, al pisar la Feria hay que reconocer que, si no fuera por las Cofradías y por los capillitas, que, dicho sea de paso (¿he dicho paso?), son un vivero inagotable de votos en La Isla, la feria ya se hubiera ido a pique hace mucho tiempo. Sin embargo, hoy por hoy el recinto ferial tiene más calvas que la cabeza de Zidane, calvas que la noche disimula con su negro manto. En todo caso, se echan en falta muchas casetas. Nos dimos un garbeo por el ferial y después llevamos a nuestros nietos a los cacharritos en plan suicida y a pecho descubierto, debido a que cada año van costando más caros hasta que llegue el día en que para pisar el albero haya que llevar un certificado de millonario.

A mis nietos les gustaban los cacharros de alto riesgo. Había uno, al que ellos llaman el Palo, en el que había que tener mucho valor para montarse. Ni la Guardia Civil de sus mejores tiempos podría haberme obligado a mí a montarme en uno de ellos, porque hubiera echado allí la primera papilla que me preparó mi madre. Son diabólicos, te ponen boca abajo, boca arriba, para detrás y para delante, te tiran, te avanzan, te pegan frenazos…, total, una auténtica locura diseñada para jovencitos aventureros, que no para la juventud que albergamos los mayores en nuestro castigado pecho. Había una cosa llamada “Hotel”, pero yo prefiero los que tienen bufet libre.

Después de comprobar y sufrir los precios de las diversiones hemos reflexionado y planteamos un problema de regla de tres simple, a ver si usted nos ayuda a resolverlo. Si el primer día (Día del niño) montarse una vez en los cacharritos durante 2 minutos cuesta 2 euros (en algunos 2,5) y al día siguiente cuesta 3 euros (algunos hasta 4) durante 1 minuto, nótese que el tiempo es oro, pero calcúlese el dineral que se va en un abrir y cerrar la cartera, mientras que el tiempo corre como las balas.

En un acto, que cualquiera calificaría de kamikaze, a mi nieta le dio por montarse en una barca que caía con mucha velocidad por una cascada de agua y salpicaba que daba miedo. La primera cascada era pequeña y la segunda más grande. Cayó por la primera en un momento y después bajó por la segunda en un suspiro, y se acabó. Me llegó con la blusa mojada y menos mal que hacía una buena noche, que, si no, resfriado seguro. Las dos breves caídas me costaron 4 euros; me hubiera salido más barato haberme tirado yo al caño veinte veces.

Y hablando de caídas, tengo que felicitar a la Caseta “3 Caídas”, porque ofrecieron calidad y buenos precios. De las demás casetas no puedo hablar, porque mi cuerpo no las visitó.

Quiero aprovechar para felicitar mañana a todas las Cármenes. Aquí en el manicomio hay unas cuantas, aunque todas dicen llamarse Juana.

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