El Loco de la salina

Mi cofradía no es de penitencia, pero sufro lo mío

Cinco años que se han pasado demasiado rápidos, pero que han dejado huella, sobre todo en la barriga del que les escribe.

Publicado: 09/06/2019 ·
22:41
· Actualizado: 09/06/2019 · 22:41
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Autor

Paco Melero

Licenciado en Filología Hispánica y con un punto de locura por la Lengua Latina y su evolución hasta nuestros días.

El Loco de la salina

Tengo una pregunta que a veces me tortura: estoy loco yo o los locos son los demás. Albert Einstein

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No estaba acostumbrado a ir tan elegante, pero el sábado fue un día especial, de esos que llegan de vez en cuando y sirven para asegurarse uno de que está vivito y coleando. Cuando el director del manicomio me dio el permiso correspondiente, salí de su despacho como un cohete para plantarme el traje de frac y la palomita. Hacía mucho tiempo que no me lo ponía y lo pasé mal hasta que pude abrocharme el último botón del rebelde pantalón. Después vino la palomita, que mejor se hubiera llamado soga al cuello que inocente palomita. La verdad es que después me lo pasé muy bien. Estuve en el Restaurante “El Yeyo” de La Isla, porque celebrábamos el V Aniversario de la Cofradía Gastronómica Isleña Los Esteros.

Pero nosotros no somos de esas Cofradías que se dan cantidad de latigazos por culpa de los pecados, sino que los latigazos para nosotros son una metáfora y equivalen a pegarle toques al buen vino de esta tierra. Cinco años que se han pasado demasiado rápidos, pero que han dejado huella, sobre todo en la barriga del que les escribe. Es lo más lógico del mundo. Si fuera una asociación de otro tipo, es probable que uno estuviera más encogido, pero al tratarse de gastronomía, hubiera sido una traición encontrarme más delgado y esquelético a estas alturas. Además, con Pepe Oneto al frente, uno tiene que ir probando cosas de cocina hasta que sin darte cuenta te has pasado un poquito. Sin embargo, siempre he pensado, dentro de mi locura, que es mejor sentirse gordito, no obeso, que entregarse sin más en manos del levante.

En la fiesta de este bonito recuerdo recorrimos mentalmente y a través de un emotivo video los cinco años de unión y lucha que hemos pasado. Y echando la vista atrás hemos traído a la memoria que Andalucía se nos ha ido quedando cada vez más pequeñita. Hemos llevado las tortillitas de camarones, por poner un ejemplo, por un montón de pueblos de Córdoba, de Granada, de Jaén... A mí me han dicho que es una forma de vender mi tierra y nunca he entendido eso, porque para mí vender mi tierra es vender parcelas y aquí no solamente no se vende, sino que regalamos todo lo que hacemos (tortillitas, zapatillas de esteros o doradas, camarones, caballas…).

Hemos llegado a sitios encantadores que no conocíamos: la sorprendente Castro del Río, de Córdoba, capital del mejor bacalao que se puede probar, donde estuvo preso Miguel de Cervantes y donde parece que se le ocurrió escribir la locura de mi tocayo don Quijote; Montalbán, tierra de melones, con perdón, y reconvertida hoy en productora del ajo negro, Huéscar, con hotelitos que son cuevas, paraíso de los corderos, animal que a mí me vuelve más loco de lo que ya estoy… En algunos pueblos las colas para comer pescaíto frito y tortillitas de camarones eran interminables.

La gente nos miraba y decía que estaban muy buenas y que, como eran gratis, que siguiéramos friendo. Y a mí se me ponía la cara radiante entre el orgullo y la alegría de que todo el mundo comprobara que en La Isla tenemos tantísimas cosas buenas. En fin, que hemos probado casi todo lo que se puede probar y seguimos trabajando, porque esto se lleva en la masa de la sangre.

Ahora que ya he vuelto al manicomio, he pensado que incluso podremos resistir tranquilamente otros cinco años más sin por eso tener que engordar demasiado. A ver si me puedo seguir poniendo este frac y esta palomita que me tienen encorsetado.     

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