Sindéresis

El trono de George R.R. Martin

Esto sucede porque hay cualidades que no se pueden comprar ni aunque contrates a un ejército de guionistas.

Publicado: 13/05/2019 ·
01:47
· Actualizado: 13/05/2019 · 01:47
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Autor

Juan González Mesa

Juan González Mesa se define como escritor profesional, columnista aficionado, guionista mercenario

Sindéresis

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Para quien no lo sepa, la serie de HBO Juego de Tronos está basada en la saga de novelas Una canción de hielo y fuego, escrita por George R.R. Martin. Sin embargo, hace varios años que el ritmo de producción de capítulos de la serie ha superado al ritmo de escritura de George, y el guion avanza por su propia cuenta, aunque con la supervisión del novelista.

 Para quien no lo sepa, algunos de los alicientes de la saga de novelas y de la serie eran, en principio, la elaboración de tramas secundarias muy interesantes, un elenco enorme de personajes perfectamente perfilados, giros de guion que no por más bruscos eran menos sólidos y la sensación de que allá donde tiraras una piedra, no quedaría sin lógicas consecuencias en el resto de situaciones.

Sin embargo, a medida que la serie se fue emancipando del bueno de George, se hacen constantes las resoluciones apresuradas, los giros menos sólidos y una cierta tendencia a dividir a los personajes en buenos y malos, sin una rica escala de grises. Pero, en lo que más se echa de menos al novelista, es en la elaboración y finalización de las tramas secundarias. Esto sucede porque hay cualidades que no se pueden comprar ni aunque contrates a un ejército de guionistas. Para crear algo como Una canción de hielo y fuego, el autor debe tener cincuenta manos en su mente con las que sostener todo ese caudal de información, de probabilidades que se entrecruzan, y la imaginación, sustentada en esas portentosas manos, de desarrollar varias consecuencias para cada una de esas tramas y elegir la que más le convenga para las consecuencias pensadas en tramas distintas.

 Esta capacidad no se compra, pero está a la venta. Si no la tienes, se nota en el producto final. Sin embargo, los comerciantes de dichos productos no parecen darse cuenta, no parecen demasiado empeñados en buscar la madera, el diamante, como ojeadores de cualidades que son imposibles de recrear en laboratorio.

 Los comerciantes de productos de entretenimiento, al menos en cuanto concierne al Cine y a la Literatura, muy al contrario de lo que harían los ojeadores de disciplinas deportivas, permanecen en su puesto, en su fortaleza pequeña o castillo grande, abriendo y cerrando la recepción de material, torciendo el gesto cuando las propuestas no les llegan en un formato profesional y cuando el postulante no se sabe las cuatro normas de cómo se debe vender un producto.

 No sé si supieron alguna vez, o con el tiempo han olvidado, que las cincuenta manos mentales de George Martin, la elegancia épica de Ursula K. Le Guin, la extravagancia sucia de Chuck Palahniuk, el mensaje revelador de Anne Rice, no son intercambiables, pasan por sus narices una vez en la vida si tienen suerte, porque probablemente, como no salen a buscarlos, como están fuera del alcance de sus protocolos y sus dudas, nunca los conozcan. Igual que solo Klimt puede pintar un Klimt, solo Martin puede escribir un Martin. Seguid buscando a los que han vendido unos cuantos cientos, unos cuantos miles, promocionados por comerciantes tan laxos como vosotros, que la madera seguirá en el bosque, el diamante en su montaña.

El genio en su trono.

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