El Loco de la salina

Para echarse a temblar

El tranvía lleva once años esperando su oportunidad, mientras que la telenovela del Museo lleva ya veintiséis añitos coleando.

Publicado: 14/10/2018 ·
23:42
· Actualizado: 14/10/2018 · 23:42
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Autor

Paco Melero

Licenciado en Filología Hispánica y con un punto de locura por la Lengua Latina y su evolución hasta nuestros días.

El Loco de la salina

Tengo una pregunta que a veces me tortura: estoy loco yo o los locos son los demás. Albert Einstein

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Bueno, ha llegado al manicomio la extraña noticia de que muy pronto el cacareado Museo dedicado a Camarón de La Isla será una realidad de verdad de las buenas. Y no sé por qué, pero más de un loco se ha echado a temblar y se ha puesto a darse chocones contra la pared antes de largar por la boca. Aquí nadie se fía ya de las noticias por muy bonitas que sean. Hasta el niño que acompaña a Camarón junto a la Venta de Vargas ha encogido las cejas y no dice que eso es mentira porque no puede hablar, aunque eso no quita que el pobre e inocente chiquillo mantenga viva la esperanza de poder sentarse un ratito como el maestro. Algún volado dijo en el patio que la construcción de ese Museo va para largo y que va a ser algo parecido al melodrama del tranvía.

Están locos. Se han quedado cortitos. El tranvía lleva once años esperando su oportunidad, mientras que la telenovela del Museo lleva ya veintiséis añitos coleando, es decir, que se viene prometiendo desde que Camarón pasó a mejor vida. Ya hace tiempo que la perdiz está suficientemente mareada. Los locos estamos fatal de mente, pero decimos la verdad o por lo menos lo que sentimos. Y lo que sentimos es que lo de Camarón no acaba de encajar en nuestras delicadas y calenturientas mentes.

Para empezar no nos gusta cómo quedó la casa natal de Camarón. Aquello parece más una exposición de Ikea que la humilde casa de un cañaílla que se crió allí con todas las incomodidades del mundo. Aquello era una casa pobre que olía más a potaje que a pintura plástico y era más una estampa callejolera que un escaparate modernista. Quitando la guitarra en la silla y cuatro fotos, lo demás no nos gusta. ¿O es que nos tiene que gustar? A nosotros hay cosas que sí nos gustan, por ejemplo, el cazón en tomate, pero no nos gusta la ubicación del Museo que se va a hacer. Hubiera sido mejor la restauración de la casa de la Cruz Roja, que se hubiera visto desde lejos como si fuera una imponente quilla de ese barco que es La Isla aunque no lo parezca. El forastero que viene a este rincón debe darse cuenta nada más llegar de que se encuentra en una ciudad excepcional. Aquí se marca la hora de toda España, aquí se inventó el primer submarino, aquí se dio a luz la Constitución de 1812, aquí…nació Camarón de La Isla.

Veo venir esos grupos de personas entradas en años desde la Magdalena, que es donde los dejan los autobuses, con caras de despistados a ver qué se van a encontrar. Hasta que llegan a la Iglesia Mayor no se han enterado de la misa la mitad. Eso sí, han visto carteles que anuncian lo de Camarón, pero ya la gente no está para carteles, lo que quiere son realidades sabiendo que ya mismo les espera una cansina campaña electoral con frases mil veces repetidas y cartelería a todo trapo. Y además, por lo visto, los enterados aseguran que el susodicho Museo va a ser vanguardista y avanzado. Los locos pensamos que esos dos adjetivos son muy guays, pero dan motivo sobrado para echarse a temblar y no echar gota.  

De todas maneras, queremos ser positivos, por lo que esperemos que todo salga bien, y sobre todo que salga, porque Europa, la escarmentada Europa, ha puesto encima de la mesa un dinerito; y viendo lo que estamos viendo, ya veremos qué se va a hacer con él.

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