El Loco de la salina

Vayan a verlo

Enfrente hay un Café-Tapería-Pastelería llamado Dulce Santa Ana. Sí. No tiene pérdida.

Publicado: 08/10/2018 ·
11:28
· Actualizado: 08/10/2018 · 11:28
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Autor

Paco Melero

Licenciado en Filología Hispánica y con un punto de locura por la Lengua Latina y su evolución hasta nuestros días.

El Loco de la salina

Tengo una pregunta que a veces me tortura: estoy loco yo o los locos son los demás. Albert Einstein

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Me han vuelto a dar permiso, y en una de mis innumerables vueltas por La Isla he ido a dar con mis huesos en la Plaza del Santo Cristo. Sí, la que lleva al fondo del grandioso balón que recuerda los gloriosos tiempos del Club Deportivo San Fernando, y que ahora, no sé por qué, quieren borrar y llevárselo de allí tampoco se sabe dónde. Ayer, sin ir más lejos, domingo radiante de sol por la mañana, me descuelgo por esa Plaza buscando aire puro y limpieza cañaílla.

Dicen por ahí que el hombre (la mayoría) tiene memoria, entendimiento y voluntad. Yo tengo que reconocer que el entendimiento lo tengo hecho polvo y por eso estoy en este manicomio; asimismo reconozco que de voluntad ando muy cortito y que una cosa es poder y otra bien distinta querer, pero la memoria, esa máquina fotográfica que me da la imagen de lo que un día fue La Isla y de lo que ahora es, la tengo que da envidia. Pues bien, echo la vista atrás, repaso con mucho detenimiento el pasado y no recuerdo haber visto tanta mierda en los días de mi larga vida como he visto en esa Plaza. Desde luego responde con justicia al nombre que lleva, porque está hecha un auténtico Cristo con perdón. Hasta en la pequeña escalinata que lleva a las puertas de la iglesia duermen papeles viejos, latas de botellas abolladas, plásticos retorcidos, un pedazo de pan…Y ya, si bajas al nivel de los árboles que brindan su buena sombra, recorres un espacio algo despejado y después es como si te metieras en el mismísimo infierno por la abundante pringue que ejerce allí de absoluta señora. Un contenedor con muy malas hechuras pide auxilio en la esquina desbordado de porquería, bolsas de basura y desperdicios. La pringue, que está como incrustada en el suelo debajo de los árboles, es increíble. Ha hecho cuerpo con el pavimento y es una extraña mezcla del aceite resinoso desprendido de la arboleda y de una mierda inmemorial que no recuerda haber visto el agua en su sucia existencia. Bajo los árboles y sin escapatoria, a no ser que el levante se lo pudiera  proponer, yacen papeles, cascos de botellas, chicles ennegrecidos, latas desvencijadas, envolturas de paquetes de tabaco, colillas…

No se le ocurra sentarse en alguno de los bancos de hierro, porque el ácido de los excrementos de las palomas le pueden dejar con el culito al aire. Las raíces de un árbol siguen su trabajo devastador con muchas losas del suelo que esperan una mano auxiliadora que nunca llega. En fin, algo fantástico. En unas veinte mesas toman su desayuno un personal tempranero y ajeno a la suciedad que rodea sus pies y se esparce por su contorno. No me explico cómo se puede desayunar tranquilo ante semejante panorama. Alguno de ustedes podría pensar que lo que estoy diciendo es una calumnia o son ganas de incordiar, o incluso que lo escribo porque de algo tengo que escribir. No. Les invito a que vayan ustedes allí. Sí. Para más pistas concretas: vayan a la Plaza del Santo Cristo, que por cierto se llama Plaza de la Madre Teresa de Calcuta. Enfrente hay un Café-Tapería-Pastelería llamado Dulce Santa Ana. Sí. No tiene pérdida. Es raro que estas dos santas mujeres, Teresa y Ana, estando allí todos los días desde hace mucho tiempo,  no hayan abierto su limpia boca para quejarse de toda la mierda que contemplan diariamente aunque no quieran. Vayan a verlo y, si no llevo razón, al menos por una vez, me lo cuentan o me lo cantan.

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