Entre los chaparrones de la DANA que nos ha vuelto a visitar esta semana pasada, se dejaron oír las noticias a esa hora temprana en que la radio nos ubica en la realidad del día, las que terminan de espabilarnos antes de apartar la cobertera, así llamaban nuestros mayores al dúo formado por la sábana y la manta. Con el calor abrigado en las zapatillas nos llevamos la última hora de las recientes elecciones, los sucesos, la catástrofe que nos asola. Sin embargo, hubo una primera, porque esa mañana de jueves hablaron del Centro Nacional de Supercomputación, en Barcelona, donde se mostró el MareNostrum 5, uno de los supercomputadores más avanzados de Europa que cuenta con un rendimiento de 314 petaflops, equivalente a la capacidad de realizar hasta 314.000 billones de cálculos por segundo. El periodista siguió hablando de las prestaciones, de lo que supone para la ciencia. Sin embargo, los oídos de cuantos no pasamos de un teclado, la pantalla y cuatro cosas más del pc, quedamos entre la admiración y el susto, paralizando la intención de calcular cuántos ceros deberíamos ponerle a la cifra, a los cálculos de la máquina. Una operación que se le escapa a la calculadora porque no tiene dígitos y a mano resulta imposible. Los compañeros bromearon con el dato y la cuenta, hubo risas, ocurrencias, chascarrillos, comentarios, en suma, llenos de fascinación por la mente o el equipo de trabajo que parió semejante cerebro electrónico.
Buscada la noticia pudimos ver unos paneles dispuestos en una sala sin fin con paredes de cristal, donde la luz natural entra jugando con la apostura de los árboles que rodean el edificio. Un lugar tranquilo y visitable, al menos hasta el año pasado, que tiene el privilegio de haber sido reconocido como el centro de datos más bonito del mundo, un galardón que para algunosrepresentaun enfoquehacia el aislamiento, a favorecer la concentración, a poder combatir la saturación con la certeza de tener algo verde donde descansar la vista.
Fue la noticia del jueves, aunque la DANA la empañara, sin embargo,resultó alentador despertar con estareseña, conocer su lugar en la realidad de un día entre aguaceros. No contamos que mientras esperábamos la escampada, la curiosidad nos hizo coger un lápiz y un papel. El valor y la inocencia se plantaron ante el blancor de la hoja y desafiantes iniciaron ejercicio, pero el miedo ya temblaba al pasar del primer mil de millón. De la boca, seca y amarga ante lo inabarcable, escapó: qué pechá de ceros. Si Blaise Pascal levantara la cabeza, no dudaría en mejorar su pascalina.
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