Mientras Rafael Duarte esté escribiendo lo que esté escribiendo hablará de vida, aunque como en el caso actual trate el tema de la muerte en el que él asegura que es su último libro. Puede que lo sea; puede que no, pero lo que Duarte no va a dejar de hacer es jugar con las palabras, disfrutar con las palabras, sentir la música de las palabras.
Dos veces Premio Adonais de poesía que en aquellos tiempos era el culmen del laurel glorioso, lo que ha quedado de Rafael Duarte y todavía queda es el culmen de una vida dedicada a la literatura, con honestidad- rabiosa honestidad-, con valentía, a contracorriente de muchos pero siempre según su corriente.
Por eso ha salido a la luz ese pequeño libro que demuestra que el tamaño no mide el contenido en el que se pueden leer, gozar y escuchar 32 sonetos que no han sido escritos desde el primer hasta el último. Es todavía mejor. Es una selección de 300 piezas de entre las que ha escogido aquellas que llevan la pureza grabada en piedra, sin concesiones, batuta en mano para que suenen perfectos…
Antes de que se presentara la obras en el Centro de Congresos, el arriba escribiente -leal admirador de Duarte desde hace treinta años- mantuvo una entrevista con el autor en la que como suele ocurrir en las entrevistas del arriba firmante con cualquiera, siempre deriva en algo que es una charla entre amigos en la que las preguntas no existen, pero sí las respuestas. Y allí fue desgranando Duarte lo que es para el la poesía, lo que es la vida y lo que es la muerte, la contradicciones entre una y otra, las similitudes entre las dos.
Ya luego el jueves en en Centro de Congresos Rafael Duarte contó con la presencia de un gran escritor y filósofo, además de médico, José Chamorro López, a la sazón amigo del autor como los demás: de Juan Mena, que es en La Isla el paradigma de la enseñanza, de la didáctica y de la lucidez creativa y Enrique Montiel, casi siempre dedicado a la prosa hasta sus últimos libros, aunque recordó que todos los novelistas en realidad quisieran escribir poesía.
Todos ellos dejaron la impronta sobre la obra de Duarte, incluso Rafael Duarte que desde la humildad de los sabios dejó un regusto exquisito de que la muerte ni es tan muerte, ni la vida es tan vida.
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