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El Loco de la salina

A José Antonio Muñoz Mañogil

Fue ameno, que es la primera condición que debe cumplir un presentador, porque ya el público no está para aguantar impasible un chaparrón de ideas

Publicado: 17/07/2022 ·
20:37
· Actualizado: 17/07/2022 · 20:39
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Autor

Paco Melero

Licenciado en Filología Hispánica y con un punto de locura por la Lengua Latina y su evolución hasta nuestros días.

El Loco de la salina

Tengo una pregunta que a veces me tortura: estoy loco yo o los locos son los demás. Albert Einstein

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Este manicomio está lleno de gente a la que le gusta escribir. Es una manía como otra cualquiera. Me los encuentro por los pasillos, en el patio, en el comedor… Se pasan el día metiéndole caña al papel y volcando en cientos de folios sus sentimientos, sus alegrías, sus tristezas y sus locuras, porque ser loco no implica ser analfabeto. Hay tantos locos cultos aquí, que no había caído en la cuenta del último ingreso. Sabía poquito de él hasta que cayó en mis manos un bonito whatsApp en el que me invitaba a tomar unas copas y a asistir a una reunión muy particular. Quería presentar su última novela y quiso que este loco estuviera en el sitio.

Las presentaciones de libros en general se suelen convertir en un auténtico suplicio para el que se acerca a ellas con ánimo de que el tiempo pase lo más rápido posible y el calvario se haga llevadero. Muchas veces el presentador termina por atosigar al personal luciendo sus conocimientos y llenando el lugar de incienso fácil y de palabrerío hueco. Pero este era el caso contrario. Para empezar y antes de que me llamen para tomar las pastillas del día, debo decir que fue una presentación muy original. Este loco, de nombre José Antonio, huyó de los escenarios al uso y nos llevó a una humilde casa de Medina Sidonia, en cuyo pequeño patio adornado con flores y cargado de cal y de historia, nos habló de sus preocupaciones y de su última novela. Aunque las eses constantes que salían de su boca lo delataban y lo situaban en Madrid, su pensamiento quiso quedar lejos del bullicio de la gran ciudad. Por eso escogió Medina Sidonia donde poder disfrutar de una paz que en la capital de España se hace huidiza y complicada. Y nos presentó su novela, cuyo título es “Desde el mirador de piedra”. Fue ameno, que es la primera condición que debe cumplir un presentador, porque ya el público no está para aguantar impasible un chaparrón de ideas por muy brillantes que parezcan. Me llamaron la atención el sitio, la forma y el fondo. El sitio era encantador, con un levante incapaz allí de hacer remolinos con ningún papel; la forma, lo más sencilla que imaginarse pueda, entre amigos y otros locos seguidores del autor; y el fondo, el eterno tema de esos pueblos masacrados hasta su desaparición por unos conquistadores sin piedad. Tal como le ocurrió al pueblo guanche y a los aborígenes canarios a finales del siglo XV. El interés de los que asistimos era palpable.

Al final nos encontramos con ejemplares de la novela gratuitos a disposición de los que allí estábamos y de los que quisieran contribuir voluntariamente a compensar los gastos, porque José Antonio prefería las ideas al dinero, y la vida entrañable de un pequeño pueblo a las ruidosas calles de una capital inhabitable. Encima, y por si fuera poco, nos invitó a tomar unas copas y unos canapés hechos por su pareja Mercedes, que nos supieron a gloria.

No quería dejar pasar la ocasión de felicitar a José Antonio por su originalidad, por su hospitalidad y por su buen hacer. En todo caso, sea bienvenido este nuevo loco a un manicomio que siempre ha mantenido un vivo deseo de locuras frescas y brillantes. Y, aunque no tenga yo aquí un mirador de piedra, desde la misma tapia del manicomio le agradezco la tarde que nos hizo pasar y le animo a que siga escribiendo con la misma pasión con que ha dado a luz su intrigante y apasionante novela. Gracias.

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