San Fernando

Veinte años del trasplante de hígado intervivos exitoso entre dos hermanos de La Isla

"Ya lo necesitaba urgentemente. Era cuestión de vida o muerte. El suyo no aguantaba más.... Por eso quise poner fin a ese martirio dándole la mitad del mío"

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Ya han pasado veinte años. Fue un jueves 27 de junio  de  2002. Por fin, tras un largo proceso de estudios con infinidad de pruebas médicas bastante exhaustivas  a las que  tuve que ser sometido durante más de cuatro meses, cuando contaba con 47 años de edad, se llevaba a cabo  la  doble intervención quirúrgica  en el hospital Reina Sofía, de Córdoba, en la que tomaban parte más de cincuenta profesionales entre cirujanos hepáticos, cardiólogos, anestesistas, intensivistas, enfermeras, etcétera, en los dos quirófanos dispuestos a tal efecto.

Una operación que duró más de doce horas para, primero,  extirpar  la mitad del lóbulo derecho de mi hígado y luego ser insertado a mi hermana, gravemente enferma, prácticamente desahuciada por la acuciante necesidad de ese órgano vital que llevaba  esperando veintitrés meses. Casi dos años de angustia, de dolor, de padecimiento, de impotencia, de sufrimiento...

Ya lo necesitaba urgentemente. Era cuestión de vida o muerte. El suyo no aguantaba más.... Por eso quise poner fin a ese martirio con mi decisión de darle la mitad del mío.

Se practicaba así  en Andalucía la primera donación de hígado procedente de un donante vivo. Todo y en todos los sentido constituyó un rotundo éxito; fue un hito en la medicina andaluza.

Pero ese trasplante de hígado intervivo que supuso salvar la vida de mi hermana y la de otras tantas personas que se están salvando desde aquel 27 de junio de 2002 gracias a esa técnica implantada ya desde entonces, se le debe a dos colectivos.

Uno, evidentemente, a ese equipo maravilloso de auténticos profesionales de la medicina dirigido magistralmente por el profesor Carlos Pera, que fue quien se encargó de aquella pionera operación.

Y dos, a los medios de comunicación - ¡sí sí a la prensa!-  porque gracias al impacto mediático que supuso las informaciones  previas que fueron publicando los principales medios tanto escritos como audiovisuales, tras soltar la noticia  Diario Jaén, el Gobierno andaluz no tuvo más remedio que dar luz verde ante la gran presión mediática, porque la Junta de Andalucía de entonces se negaba a autorizar ese protocolo que permitiera a los facultativos llevar a cabo ese tipo de trasplante.

¡Sí, sí. Que quede claro! Aquellos gobernantes de entonces se negaban en redondo a autorizar ese protocolo que la Unidad de Trasplante Hepáticos del Reina Sofía llevaba tiempo reclamando. Pero ante el llamado “cuarto poder”, no tuvieron más remedio que doblegar.   

Quince años

Tras superar el largo posoperatorio, Inmaculada recuperó toda su vitalidad,  su vigor, sus fuerzas. Estuvo repleta de alegría, de ilusión, de energía... de vida, durante casi quince años que vivió intensamente, como bien se merecía una mujer buena, excepcional, auténtica  con un gran corazón como lo fue ella.

Porque en septiembre del 2017 nos dejó y dos meses más tarde, nuestra madre, mi querida,  y siempre recordada Carmela, que era todo bondad,  quien estuvo junto a Inmaculada constante y continuamente cuidándola desde la aparición de aquella maldita enfermedad llamada Síndrome de Wilson, que acabó con su hígado, hasta que sus facultades –las de mi madre– físicas y psíquicas se lo permitieron.

Desde el primer momento que me decidí a dar ese crucial paso hasta que acabó felizmente todo,  conté siempre con el apoyo, el aliento y la compresión de mi amada, mi amiga, mi única confidente, mi añorada  e insustituible esposa Loli, que triste y penosamente ya tampoco está con nosotros.

No era, la de ella, una situación fácil, pues se debatía entre su marido y padre de sus hijos y su cuñada, mis tres hijos, Carmen, Cristina y Vicente, el resto de mis hermanos, mis sobrinos, mi cuñada y cuñado,  mis demás familiares, amigos, mis  compañeros, oyentes de la radio, vecinos, ciudadanos anónimos...

Todos, absolutamente todos mostraron su lado más cálido y humano. Ese calor, ese apoyo y las tremendas ganas de salvar a Inmaculada fueron determinantes para no retroceder ni un ápice en mi intención, sino todo lo contrario.

En estos días que se alcanza esos cuatro lustros de aquella histórica fecha se agolpan en mi cabeza recuerdos de vivencias, anécdotas –muchas de estas desagradables que mejor no citar– momentos dulcemente amargos, etcétera.

Echando una mirada al pasado, es inevitable recordar con añoranza, tristeza y pena todo ese tiempo que ha quedado atrás porque en estas dos décadas, en el corto periodo de tiempo de tan sólo un año, he perdido a tres de las mujeres más buenas del planeta  que fueron pilares fundamental en mi existencia (mi esposa, mi hermana y mi madre),  cuyas pérdidas de ambas marcó un antes y un después en mi vida, entrando ésta  en otra dimisión a la que con resignación me he tenido que adaptar.

Por eso, como digo,  esta rememoración  me produce –lo confieso–  una cierta congoja que un viaje transoceánico me ayuda a evadir.

Nos tenemos que sentir muy orgulloso de los grandes y buenos profesionales que tenemos la fortuna de poseer en la  sanidad pública andaluza en general. Y especialmente de  ese  hospital cordobés,  que con su Unidad de Trasplantes Hepáticos se sitúa, por derecho propio, entre uno de los más importantes de Europa.

Y me gustaría mucho decir lo mismo de aquellos gobernantes que entonces formaban la Junta de Andalucía; la que de no haber sido por la prensa no hubiese autorizado aquel protocolo que habría causado la muerte de mi hermana y otras muchas personas. 

Así que,  20 años después, quiero volver a recordar que por un trozo de hígado de una persona viva se puede salvar una vida y, créanme, mejorar la propia –la del donante– porque eso hace sentirse realmente bien, muchísimo mejor que antes de aquella operación. De verdad.

 

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