Sala 3

Baby Driver

Me dirijo a ti, genio loco y onanista del patrón placentero: tú sí que sabes molar sin interrupción. Me debes otra peli

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  • Baby driver -

La escena inicial de Baby Driver (2017) abre con Bellbottoms, un tema de The Jon Spencer Blues Explosion. En ella, es la música la que establece el tempo narrativo, durante el atraco y la posterior persecución; la que construye el diálogo de la escena, interactuando con personajes y objetos a través del ritmo; y la que comienza a definir a nuestro protagonista mostrando cómo reacciona en una situación tal de estrés, acelerando y derrapando al compás que le dictan sus inseparables auriculares.
Edgar Wright es reconocido por su Trilogía del Cornetto, tres trabajos en clave de humor —en continua conjunción con otros géneros— que contaron con la participación de Simon Pegg y Nick Frost.
En Baby Driver, Wright se atreve a dirigir su primera película escrita en solitario; una cinta en la que se propone convertir una historia de atracos, venganza y redención, en un musical totalmente atípico en el que lo visual establece un vínculo en sintonía perfecta con lo sonoro.
Y no solo lo consigue, sino que además elabora su trabajo más redondo y concienzudo a nivel técnico —espectacular trabajo de montaje y edición— y narrativo, unificando su estilo personal con la producción propia de un gran éxito de taquilla.
La película narra a golpe de canción el viaje de Baby (Ansel Elgort), un joven huérfano con problemas de acúfenos (sonidos internos del oído) que se dedica a pilotar para un importante mafioso (Kevin Spacey) y así pagarle el dinero que le debe.
A medida que la trama se desarrolla observamos lo poco que encaja Baby en el malvado y peligroso mundo que le rodea, y sus ansias por escapar de este le llevan a conocer a Debora (Lily James) una camarera que, además de evocar a la encantadora Shelly Johnson de Twin Peaks, confirma que la mayoría de personajes que construye aquí Wright son arquetipos al servicio del relato, lo que priva a la obra de una complejidad que podría haberla convertido en un clásico moderno. (Complejidad que, por otro lado, nunca ha buscado su director, contentado siempre con provocar placer, entretenimiento y desconexión).
Por esos ratos de desconexión, a Edgar Wright le debía mucho, pero ahora la deuda está en sus manos; uno no puede volver a enfrentarse a la parsimoniosa rutina de lo ordinario tras semejante fiesta audiovisual.
Los coches pasan lentamente y la radio está apagada. ¿Dónde quedaron la acción, la emoción y el ritmo al salir del cine? ¿Por qué Wright nos desencanta de manera tan cruel con la realidad?
Me dirijo a ti, genio loco y onanista del patrón placentero: tú sí que sabes molar sin interrupción. Me debes otra peli.
Para leer más sobre cine puedes visitar mi blog www.elmurodedocsportello.wordpress.com

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