Quien a buen árbol se arrima...

Incertidumbre y fragilidad

Vivimos un día a día donde las certezas constituyen el sólido pilar que sostiene nuestros objetivos, nuestras satisfacciones o nuestras reivindicaciones. Sin em

Publicado: 10/03/2020 ·
23:00
· Actualizado: 10/03/2020 · 23:00
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Autor

Manuel Ruiz

Manuel Ruiz es biólogo y ocupa el cargo de presidente de la Asociación Ecologista GEA de Jaén

Quien a buen árbol se arrima...

Cuaderno sobre la importancia de ser responsables medioambientalmente y otras cuestiones culturales y patrimoniales de Jaén

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Vivimos un día a día donde las certezas constituyen el sólido pilar que sostiene nuestros objetivos, nuestras satisfacciones o nuestras reivindicaciones. Sin embargo, la vida es tozuda y nos recuerda con insistencia que todo puede cambiar, que no hay nada seguro en esta vida, salvo que nada permanece, como ya sentenciara Heráclito en el siglo VI antes de nuestra era.

Las noticias nos presentan continuamente situaciones de cambios: accidentes que truncan proyectos, situaciones inesperadas que introducen un escenario imprevisto. Y lo común es contemplarlos con la íntima sensación de que a mí no me va a ocurrir. Y ahora llega el coronavirus, que lo tenían los chinos (“no me va a ocurrir”), que pasa a otros países (“no me va a ocurrir”), que aparece en Canarias (“lo van a detener”), que se extiende por España (“¿qué?”), que se cierra Italia (“¡co..!”), que se paraliza la actividad educativa en Madrid (“….”), y nos sacude las expectativas futuras introduciendo una incertidumbre inquietante.

Lo peor es no saber si el escenario va a empeorar, y al mismo tiempo, tener la evidencia interior de que esta vez si me puede ocurrir a mí, que pueden trastocarse mis planes (viajes pagados, expectativas de negocio, eventos familiares) o mi propia integridad y la de mi familia. Y todo ello abre la puerta a un sentimiento de fragilidad y desasosiego.

Propongo que pongamos perspectiva, que “pensemos” esa emoción que descompone nuestras esperanzas, que la pasemos de la amígdala cerebral al lóbulo frontal del cerebro y la desactivemos con el razonamiento consciente. Hay que pensar con serenidad para tomar las mejores decisiones, sin demora pero sin precipitarse. Recuerdo cuando había restricciones de agua en Jaén, en los ochenta, y de manera impulsiva se llenaban cubos y bañeras en las casas por si acaso, que luego había que vaciar inútilmente por los sumideros.

Decía Epícteto que hay situaciones que dependen de nosotros y otras que no, y que nuestra preocupación debería centrarse en las primeras, entre las que se encuentran cómo responderemos ante las segundas. Frente a la fragilidad y la incertidumbre debe oponerse la propia fortaleza y la certeza de lo que es nuestro sin temor a perderlo, las realidades interiores que con demasiada ligereza desdeñamos y que no se ven afectadas por circunstancias externas.

Mi madre superó un infarto muy serio hace años, y nos contaba que cuando estaba en la UCI tuvo ocasión de reflexionar sobre lo que realmente merece la pena en la vida. Quien sabe, tal vez esta situación del coronavirus podamos aprovecharla para meditar en términos semejantes, sin necesidad de pasar por un trance tan grave como el infarto. ¿Qué poseo que sea más relevante que la frustración de ver truncada mi movilidad?

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