Según el documento, el artista, que pesaba 61 kilos en el momento de su muerte por “intoxicación aguda del sedante propofol”, presentaba cicatrices en la cara y en el cuello y tenía tatuados los labios y las cejas.
Sin embargo, y al contrario de distintas informaciones que apuntaban a que su cuerpo estaba muy debilitado, el informe sostiene que Jackson se encontraba “moderadamente sano” antes de su muerte y que sus órganos vitales se encontraban en estado normal.
No obstante Jackson sufría artritis en los dedos de las manos y en la zona baja de la columna vertebral, tenía placas en las arterias de sus piernas y problemas crónicos pulmonares, que le hubieran podido provocar momentos de falta de aliento sobre el escenario.
El artista murió el 25 de junio en su residencia alquilada de Carolwood Drive (Los Ángeles) después de que “otra persona” le administrase el sedante propofol junto a otros dos fármacos para que le provocasen el sueño, por lo que los forenses determinaron que se trató de un “homicidio involuntario”.
El que fuera médico personal del artista, Conrad Murray, continúa siendo el principal objetivo de las investigaciones para esclarecer si se cometió un crimen en el fallecimiento de Jackson.
Murray, presente en el momento de la muerte del cantante, dijo a la policía que abandonó el dormitorio de Jackson para usar el lavabo y hacer unas llamadas telefónicas, que según documentos judiciales duraron 47 minutos.
Cuando el médico se dio cuenta de que Jackson estaba inconsciente comenzó a practicarle la reanimación cardiopulmonar.
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