“Yo entiendo a Hitler aunque entiendo que hizo cosas equivocadas, por supuesto. Sólo estoy diciendo que entiendo al hombre, no es lo que llamaríamos un buen tipo pero simpatizo un poco con él”, ha espetado en la rueda de prensa de presentación del filme al haberle preguntado por su acercamiento al judaísmo.
“La única que cosa puedo decir es que durante mucho tiempo pensé que era judío y estaba contento. Luego comprendí que no lo era. Quería ser judío pero en realidad me di cuenta de que era un nazi porque mi familia era alemana, lo cual también me agradaba”, fue el inicio de su argumentación.
Al final intentó suavizar: “No estoy a favor de la Segunda Guerra Mundial ni estoy en contra de los judíos”. Pero la polémica ya había explotado.
En realidad, todo había empezado suave, sin la prepotencia que le hizo autodenominarse “el mejor director del mundo” dos años atrás en la presentación de su anterior filme; el director danés parecía ajustarse ayer a la norma de que después de la tormenta viene la calma para despojarse de su obsesión por el sufrimiento, su misoginia y su tendencia al exceso.
Él mismo definía su filme como “romántico”, aseguraba que su película no parece suya, que su “look” le recordaba a esas cintas que detesta y que en su próximo filme quería radicalizar sus posturas y rodar pornografía.
Pero también reconoció su alegría por volver a Cannes, lugar que le premió con la Palma de Oro con su película de Bailar en la oscuridad e inauguró el influyente movimiento Dogma 95 con Los idiotas.
“He tenido muchas fases melancólicas en mi vida, pero hoy estoy muy contento de estar aquí”, reconocía con cordialidad para sorpresa de los asistentes, sin que se pudiera prever el giro que daría la comparecencia, que ha dejado la calidad artística de esta aproximación intimista al apocalipsis en un segundo plano.
Una lástima, puesto que así desvió la atención de Melancolía que es el equivalente a los ejercicios de desarme de otros cineastas como Cronenbergh y su Promesas del Este o Lynch y su Una historia verdadera, de manera que, lejos de perder la firma, la hacen emerger desnuda y con más fuerza que nunca.
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