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Paul Newman y el hombre que creíamos conocer

Ve la luz 'La extraordinaria vida de un hombre corriente', primera autobiografía autorizada publicada en español sobre el legendario actor

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Ser el actor más atractivo de Hollywood no le eximió a Paul Newman de librar una enconada lucha interior. Debajo de su espectacular físico, de su perturbadora mirada azul, había un hombre atormentado, plagado de inseguridades, comido por la impaciencia, convencido de ser un fracaso en ocasiones, según sus propias palabras.

   Se sentía un hombre bastante normal, un hombre corriente y moliente que el cine había convertido en un mito, nada que ver con esa imagen idílica que de él se tenía. Necesitaba reivindicar su normalidad como si su belleza física no dejara ver su interior, harto de “esa gente que solo sabe hablar de mis ojos azules y del resto de mi apariencia externa”.

    Comenzó como modelo, algo muy corriente entre los actores y respecto a lo de ser el actor más guapo o deseado del mundo, nunca se sintió atractivo hasta que conoció a Joanne Woodward. Fue bebedor, algo más que corriente, y lo empezó usando para disimular la ausencia de entusiasmo que le producían precisamente su falta de vocación y de paso así se libraba de su timidez e inseguridad. Nunca disfrutó de la interpretación.

  La extraordinaria vida de un hombre corriente es una obra introspectiva y reveladora, que coincide su publicación en español por Planeta con el lanzamiento del documental de HBO, Las últimas estrellas de Hollywood, sobre Paul Newman y su mujer Joanne Woodward, con la que estuvo casado 40 años hasta su muerte, ambas basadas en las mismas fuentes: las grabaciones realizadas por su gran amigo y guionista, Stewart Stern.

  Entre esas largas horas de conversaciones con Stern, que se prolongaron durante cinco años (entre 1986 y 1991), confesó cosas como: “Este libro surge de la pugna por tratar de explicar a mis hijos quién soy. Se piensa de mí que soy distante y reservado; está bien, pero esto se da no porque los brazos de los demás fuesen demasiado largos, sino porque los míos fueron demasiado cortos”.

 “(...) Quiero dejar alguna clase de testimonio que ponga las cosas en su sitio, abra brechas en la mitología que ha florecido a mi alrededor, acabe con algunas de las leyendas y mantenga a raya a las pirañas. Algo que deje constancia, con algún grado de precisión, del tiempo que he pasado en este planeta…. Porque lo que existe hasta la fecha no tiene un ápice de verdad”.   

    Al final parece que tanta sinceridad e introspección debió resultarle demasiado y echó marcha atrás, no quiso que aquello se publicara, incluso destruyó las cintas decidido a no engordar más el mito de un personaje que odiaba. Afortunadamente quedaron transcripciones de aquellas grabaciones, y ahora catorce años después de su muerte, sus hijas aprobaron su publicación precisamente por la necesidad de contar quien fue realmente su padre.

"NUNCA TUVE LA SENSACIÓN DE TENER TALENTO".

  En esta autobiografía descubre sin tapujos sus traumas de infancia, de lo que fue criarse con un padre alcohólico, de ascendencia húngara y polaca, que le trataba con indiferencia y una madre asfixiante. “Fui el pinocho de mi madre, el que salió mal…”, “la historia de un chico que acabó siendo un objeto decorativo”.

   Durante la Segunda Guerra Mundial sirvió en la Armada y después entró en el teatro con poca convicción y nunca sintió que lo hacía bien. Se limitaba a cumplir.

 "Nunca tuve la sensación de tener talento porque era un seguidor, sin crear nada". En realidad, lo hizo -reconoce- para librarse de tener que trabajar en la tienda de su padre.

 "No tenía apoyo emocional de nadie". "No era nadie de forma natural. No era un amante, ni un atleta, ni un estudiante, ni un líder. Tampoco llevaba la actuación dentro”.

 «Me aterra ponerme delante del público, pero lo hago. Nunca disfruté de la actuación, ni de subir al escenario. Me gustaba el trabajo preliminar: los detalles, la observación, encontrar un sentido".

  No fue un actor vocacional, ni disfrutó nunca - dijo- con la interpretación, pero de lo que si disfrutó el actor de “Dos hombres y un destino”, “El golpe”, “Veredicto final” o “Camino a la perdición” fue como piloto de carreras que ganó un buen número de campeonatos nacionales y como tal llegó a figurar en el Libro Guinness como el piloto de mayor edad (con 70 años) ganador de una carrera oficial: las 24 horas de Daytona Beach.   

Y LLEGÓ JOANNE.

 Casado con la actriz Jackie Witte y con tres hijos, su mundo cambia en 1953 cuando conoce en el rodaje de “Picnic” a Joanne Woodward, de 23 años, con quien tiene que rodar una larga escena de baile, desencadenante del romance en la ficción, pero también en la vida real.

  “Me debatía entre mi matrimonio enfermo y las pulsiones de mi entrepierna cada vez que bailábamos juntos entre bastidores. Traicionar mis votos matrimoniales hacia Jackie parecía algo insignificante en comparación con aquella revelación…

... Hasta la última de mis fantasías producto de tantos años de rechazo desapareció al conocer a Joanne. De repente, una puerta enorme se abría de par en par ante mí. Joanne me hacía sentir atractivo”.

   Una vez con Woodward, ganadora del Oscar en 1957 por “The Three Faces of Eve” (“Las tres caras de Eva”), treinta años antes que él, y con la que finalmente se casa en 1958 se convirtió en otra persona..., en una "criatura sexual", como se describe él mismo hablando en tercera persona, una felicidad que competía con los remordimientos de haber traicionado a su esposa, una mujer buena que además de haberle dado tres de sus seis hijos, había aguantado sin quejarse los desprecios de su desagradable suegra que la veía poca cosa para él.    

   LA MUERTE DE SCOTT.

  El sentimiento de culpa por la muerte de su hijo mayor, y único varón, Scott, a los 28 años de una sobredosis accidental debió de ser insoportable y lo arrastró toda su vida: "Muchas son las veces en que me he arrodillado pidiendo por el perdón de Scott", arrepentido por no haber logrado conectar con su primogénito.

 “Hubo un tiempo, mucho antes de que muriese en que pensé que la única forma de liberar a Scott y que pudiese hacer su vida sería suicidándome. Así aliviaría aquella presión de su pecho y él podría huir y librarse de la aflicción que fue su padre y convertirse en una persona completa. Ya no tendría que seguir compitiendo”.

“¿Podría haber hecho algo por Scott? ¿Podría haberle inculcado otros valores y aspiraciones, haberle asegurado que no tenía por qué impresionarme, que no tenía por qué andar por ahí demostrando lo macho que era y que bastaba con que fuese él mismo? Scott se parecía mucho a mí; él tampoco entendía las cosas. No era consciente del peligro en el que se hallaba y, cuando finalmente lo comprendió, ya era demasiado tarde”.  

“Ojalá alguien me hubiese ofrecido alguna vez una definición clara de la palabra paciencia; fui tan impaciente conmigo mismo que no es ninguna sorpresa que lo fuese tanto con los demás. Algo terrible y de lo que no podré recuperarme nunca. Ojalá hubiese sido capaz de decirle todo eso”.

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