Punta Umbría

La Berlinale se refugia en Irán y Turquía ante la ausencia de estrellas

La Berlinale se refugió en el cine iraní y turco, de la mano, respectivamente, de Rafi Pitts y Semih Kaplanoglu, ambos consagrados al culto al silencio, y cruzó así el ecuador de un festival sobre el que empieza a pesar la ausencia de estrellas de primer orden.

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  • El director Rafi Pitts. -
La Berlinale se refugió en el cine iraní y turco, de la mano, respectivamente, de Rafi Pitts y Semih Kaplanoglu, ambos consagrados al culto al silencio, y cruzó así el ecuador de un festival sobre el que empieza a pesar la ausencia de estrellas de primer orden.

Bal –Honey–, por parte del realizador turco, y Shekarchi –The Hunter, con Pitts ejerciendo de director y protagonista, cumplieron con creces el tradicional objetivo del festival berlinés de “atender” a esas cinematografías, cada vez menos periféricas, con dos filmes centrados en núcleos familiares destruidos de un mazazo.

Pitts es un buen padre de familia, obligado a trabajar de guarda nocturno por su condición de ex preso, cuya hermosa esposa e hija de siete años mueren en un tiroteo entre policías y manifestantes por las calles de Teherán.

No se le escapará una lágrima, pero sí un par de disparos contra una pareja policial, lanzados con precisión de francotirador, desde un montículo sobre el nudo de autopistas en el extrarradio.

Empieza una persecución por frondosos bosques y se pasa así de la situación interna iraní a algo tan universal como la contraposición entre otros dos agentes: el corrupto y el íntegro.

En otro bosque, en Anatolia, vive Yusuf con sus padres, otro joven matrimonio de aspecto casi idéntico al de Pitts –padre enjuto, él, madre hermosa y con el pelo siempre recogido bajo un pañuelo, como todas las mujeres ahí–.

Yusuf es un niño que no habla con fluidez más que a susurros con su padre y que tartamudea en clase. Ayuda a mamá en el campo y a papá en la recogida de panales de miel, hasta que un día éste queda suspendido de la rama de un árbol, que se quiebra bajo su peso, a merced del zumbido de las abejas.

De fuerte contenido político en el Teherán de ayer, en el caso de Pitts, y centrado en la mirada de ese niño, en el de Kaplanoglu, la Berlinale mostró así dos lecciones del buen manejo del silencio. Se trata, tanto en el caso del joven cineasta iraní como de Kaplanoglu –que cierra con ese film su trilogía sobre Anatolia–, de dos co-producciones con generosa aportación alemana –tanto de su poderosa televisión pública como de fondos regionales de dos estados federados–.

Pitts contó, además, con ayudas del fondo World Cinema de la Berlinale, destinados a potenciar el cine de Latinoamérica, Oriente Medio u otras cinematografías.

De esos mismo fondos salieron filmes como La teta asustada o El abrazo partido, entre otras.

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