Patio de monipodio

El metro “tampoco se podía hacer”…

La voluntad afecta a la muralla, a la falta de vivienda y al exceso de construcción, lamentable contradicción

Publicado: 22/07/2019 ·
22:32
· Actualizado: 22/07/2019 · 22:32
Autor

Rafael Sanmartín

Rafael Sanmartín es periodista y escritor. Estudios de periodismo, filosofía, historia y márketing. Trabajos en prensa, radio y TV

Patio de monipodio

Con su amplia experiencia como periodista, escritor y conferenciante, el autor expone sus puntos de vista de la actualidad

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Eso llevaban diciendo más de cincuenta años, cuando se empezó la primera línea a final de los 70 del siglo XX. El subsuelo de Sevilla “tenía mucha agua y eso impedía hacer el metro”, no era conveniente hacer túneles “porque nadie sabía qué nos podíamos encontrar”. Al final, en el primer intento nos encontramos edificios resquebrajados por mala práctica constructora, por raquitismo de presupuesto. No se puede hacer una línea con un coste inferior al de una sola estación en Madrid. Aquello provocó una paralización cautelar, que el alcalde Del Valle aprovechó para que los dineros no gastados sirvieran al de Valencia (con mayor capa freática) y los túneles se llenaran de arena. La segunda vez, la definitiva para la línea 1, a fin de no privar a la ciudad de emociones, nos encontramos un kiosco tragado por la tierra, que más valía no buscar.

Las cosas no son posibles o imposibles más que en la voluntad de quienes tienen que hacerlas, o dejarlas hacer. Se demostró que el metro en Sevilla tenía menos dificultados que en Moscú, Bilbao, Valencia o Madrid, y sin embargo en cuanto Rojas-Marcos, que había forzado a Chaves a cambio del apoyo a Monteseirín salió del Ayuntamiento, se acabó el dinero para el suburbano, que Espadas corta siguiendo la “obra” superficial de Sánchez. Tranvía por metro. El timo de la estampita. Solamente si falta voluntad, las cosas son imposibles. Ciento treinta km2 de espacio urbano (más del doble en la Conurbación) que también duplica los habitantes totales (700.000 en la ciudad), con un tráfico lento, con el tranvía y los autobuses más lentos aún (pese a lo cual siempre les sobra tiempo para la parada “de regulación”), sólo tiene una salida a la ordenación del tráfico y para combatir la contaminación con eficiencia: el ferrocarril suburbano. Pero, para ser eficientes también hace falta voluntad.

Voluntad. Vaya problema. No es exclusivo del metro. La voluntad afecta a la muralla, a la falta de vivienda y al exceso de construcción, lamentable contradicción. Y al Puerto. Sevilla nació en medio de la mar, en un golfo de aguas tranquilas, parcialmente protegida por los islotes situados en la actual línea de costa, que posibilitaron su aterramiento. Sevilla ha vivido y ha crecido gracias al Guadalquivir, aunque los ayuntamientos sean sus mayores enemigos. Y ha vivido siempre con su puerto, al que debe gran parte de su prosperidad, trabada, zancadilleada por fuerzas innombrables, deseosas de completar su obra asfixiando a ese puerto que dio y todavía es fuerza de la ciudad.

El dragado del Guadalquivir acumulará más agua, lo que sólo puede suponer más filtración a las márgenes; el agua salada ya está en el subsuelo, es la capa intermedia, por eso el riesgo de extraer de la profunda. Quienes recurren al Juzgado para prohibir la pesca del cangrejo rojo americano, una especie invasiva, prolífica, depredadora, capaz de acabar con las raíces del arroz si se les deja crecer sin freno sólo buscan acabar con el arrozal. Y al oponerse al mantenimiento del Puerto se ponen contra la economía de Sevilla. Como buenos “ecologistas de salón” carecen de credibilidad. No sólo es demagogia, también es un acto criminal. 

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