La ambición la pintan blanca...

Publicado: 21/10/2018
Autor

Rafael Sanmartín

Rafael Sanmartín es periodista y escritor. Estudios de periodismo, filosofía, historia y márketing. Trabajos en prensa, radio y TV

Patio de monipodio

Con su amplia experiencia como periodista, escritor y conferenciante, el autor expone sus puntos de vista de la actualidad

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Porque la mediocridad casi siempre se impone, por una simple y lógica fuerza numérica. Hay muchos “Eróstratos”, dispuestos a quemar lo que sea, con tal de pasar
...Aunque es negra. “La ambición es natural en el ser humano” se dice. ¿Cuál? ¿Qué ambición? Sería cierto si se pudiera considerar ambición el deseo de mejorar. Pero la ambición no se conforma con eso. Porque es “pasión por conseguir poder, honras, dignidades ó fama” (D.R.A.E.). Por dignidades. En ningún momento dignidad, su opuesto, pese a la similitud del nombre. Ni siquiera mejorar la calidad de vida. La ambición busca poder, dignidades, honras, fama… como aquel hombre de la figura triste -nada que ver con el honrado D. Alonso Quijano-, muy triste, como su ambición, para, al estilo Goscinny (ser Califa en lugar del Califa) luchó y conspiró para derribar a Suárez y ocupar su puesto. Nada extraño. No fue el único. No ha sido el único, otros conspiraron con él, aunque no pudieran llegar ni con la ayuda de pistolas Hay muchos “visires Iznogud” en el reino de España, desde la jefatura del Gobierno hasta la comunidad de vecinos. Es lo que sobra.

Aquel aprovechó la conspiración interna y externa para auparse sin más méritos que el de ser parte de la oligarquía, capitoste de una gran empresa estatal, bautizada con sus apellidos. Otros, fueron movidos por el capital alemán y la presión “otánica”. La mayoría, ni eso. Porque no todo es política en la vida. Bueno, sí. Todo es política, pero una está condicionada por la economía, la que llaman específicamente con ese nombre, y el resto, bueno, el resto ¿para qué hablar? El nivel barriobajero de muchos debates y desencuentros partidistas desciende bajo el cieno en otros estados, casi siempre llamados, con razón, “menores”.

Hay gente capaz de dar la vida, si no de quitarla a otros (es figurado, claro) con tal de despojarlos de una simple presidencia de un grupo social, para ocupar su sitio. Aunque no sepa llevarla. Aunque la organización descienda en socios, en actividad y en prestigio. El placer personal de verse en el lugar más alto de un pequeño grupo teóricamente cultural, es muy superior a la satisfacción de aportar algo serio a la sociedad, mucho más que permitir el funcionamiento y la utilidad de la entidad. Porque la mediocridad casi siempre se impone, por una simple y lógica fuerza numérica. Hay muchos “Eróstratos”, dispuestos a quemar lo que sea, con tal de pasar a la posteridad. Andalucía no los merece, los sufre. El morbo, el amiguismo y el estar a la altura, a la baja “bajura” del conspirador, tiene fuerza. Tiene tanta fuerza, como para que para ciertos creídos “divos” carezca de importancia la recuperación de una Comunidad hundida por fuerzas ajenas y lleguen a apoyarlas, inconsciente, pero no inocentemente, con tal de verse en el centro de atención, en el punto más elevado de algún grupo humano tan insignificante como para quererse erigir en protagonistas.

Andalucía no necesita pontificadores. Andalucía necesita unidad, coraje, ideas claras. Trabajo y verdad. El tiempo no perdonará a los mesiánicos que creen conservar un prestigio ya obsoleto, o nunca alcanzado, para auto- nominarse representantes de nadie y dividir al pueblo andaluz, con el único fin de destacar, porque no lo permite su valía personal. Andalucía no paga traidores y no tardará en pedirles cuentas.

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