Patio de monipodio

Puertos

Pero los puertos no son grandes empresas, quizá a veces la “gran empresa” sea mantenerlos. Algunos, además, son complementarios, o se podrían complementar

Publicado: 29/04/2018 ·
23:05
· Actualizado: 29/04/2018 · 23:05
Autor

Rafael Sanmartín

Rafael Sanmartín es periodista y escritor. Estudios de periodismo, filosofía, historia y márketing. Trabajos en prensa, radio y TV

Patio de monipodio

Con su amplia experiencia como periodista, escritor y conferenciante, el autor expone sus puntos de vista de la actualidad

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Los puertos son puertas. De entrada y salida. De intercambio económico y cultural. Y humano, que eso es Cultura. La Cultura acerca a los pueblos, es quien los hace. La economía, tal como se entiende actualmente -la del egoísmo, de la especulación, del mal- los mata. A los pueblos y a la Cultura. La economía bien entendida, colaborativa, respetuosa, ayuda a los pueblos a acercarse y a recrecer su cultura. Por eso un poco menos beneficio para unos cuantos es mucho más para la mayoría; porque es reparto económico y mejoría cultural. Porque así los pueblos crecen en los dos sentidos. El beneficio a costa de los demás debería ser delito; pero, claro gobiernan empresarios y empresarios directores de quienes gobiernan. En los enfrentamientos empresariales siempre hay ganadores y perdedores. Vencedores y vencidos. En la cooperación todos ganan. Es la “pequeña” diferencia. Sólo los muy grandes tienen motivo para impedir el crecimiento de los demás, de la única forma posible: con competencia desleal ó abusiva ó ambas cosas, para monopolizar el mercado, haciendo que el crecimiento propio suponga la ruina y desaparición de la competencia.

Eso hacen las grandes corporaciones, grupos y bancos en su enfermiza obsesión por crecer. No se es más útil por ser más grande, de eso nos quisieron convencer nuestros enfermizos gobierno-dependientes, para justificar su obsesión por acabar con las cajas de ahorros y hacer más grandes a los grandes bancos; pero, después de las fusiones y absorciones, puede verse con claridad que no se equivocaron: nos mintieron, porque son mucho menos eficaces, pero mucho más voraces.

Pero los puertos no son grandes empresas, quizá a veces la “gran empresa” sea mantenerlos. Algunos, además, son complementarios, o se podrían complementar si pusieran voluntad. Falta de voluntad, sin sentido, es enfrentarse en vez de coordinarse. ¿Qué problema habría en que las centrales logísticas de dos puertos estuvieran en un espacio contiguo, compartiendo línea férrea? Por ejemplo. Si el Puerto de Sevilla se negó realmente a aceptar el ofrecimiento de Majarabique, no tiene ningún derecho a molestarse porque ese espacio lo ocupe el de Huelva. Pero, por la misma regla, tampoco el de Huelva tiene derecho a molestarse porque el de Sevilla se conecte con el de Sines. Cabrían otras opciones mejores que el cabreo: una, cambiarse los papeles, es decir, los destinos. Otra, mucho más racional y productiva, colaborar. Habrá cuestiones que un puerto no pueda cubrir, o no con tanta eficacia como el otro, que podrían intercambiarse. Y mucho más. Ya queda dicho: uso de una misma terminal, o de dos terminales vecinas. Y mucho más: experiencia, aprendizaje, logística.

Sin embargo, algo que no cuadra, es la pretensión de dragar la ría. Con los restos químicos e industriales sedimentados en el fondo, cualquier movimiento violento del agua provocará una catástrofe ecológica de grandes dimensiones. Es “curioso”: se impide el dragado del Guadalquivir, que sólo busca devolver al río su anterior profundidad, y se quiere dragar una zona salada. Qué poco “salaos”. Sin señalar, en absoluto, cada día aumentan las dudas sobre los enemigos del dragado. 

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