Patio de monipodio

Hablá bien

Cuando, en el siglo XIII Alfonso X (por algo llamado “el sabio”) decidió expresarse en el elaborado idioma de la recién conquistada Andalucía...

Cuando, en el siglo XIII Alfonso X (por algo llamado “el sabio”) decidió expresarse en el elaborado idioma de la recién conquistada Andalucía, estaba haciendo una revolución (cultural). Y creaba un conflicto sin saberlo. Porque los idiomas no se inventan ni se pueden imponer. Los idiomas no nacen un día a una hora; tardan siglos en tomar forma. Con la desaparición del Imperio romano se rompió la unidad administrativa y política mantenida hasta entonces y nacieron nuevas unidades políticas, la mayoría con una fuerte influencia de pueblos nómadas, cada uno con sus propias normas pseudo-culturales y distintas formas de expresión. Se rompió la unidad y el latín fue dando paso a nuevas lenguas, llamadas “romance”, en un proceso de aproximadamente diez siglos. Proceso aún en movimiento, porque las lenguas solamente se estabilizan cuando mueren. A partir de aquel momento, a cada unidad política nacida de la desaparición del Imperio, correspondió un romance, con el tiempo convertido en idioma: castellano, catalán, francés, italiano, portugués-gallego, rumano… y andaluz.

La Bética -hoy Andalucía- una de las provincias más desarrolladas del Imperio, cultural y económicamente, junto con la península itálica y la griega, elaboró el suyo. Pero si Cataluña, Castilla y Francia, recibieron alguna influencia bárbara, Andalucía, la última en soportar la invasión goda, pudo mantener más tiempo sus propias raíces culturales y lingüísticas, a las que sumó el enriquecedor aporte árabe, recibido de la culta Siria. Lógico que el romance bético y el castellano, incluso el portugués y el catalán, tuvieran elementos comunes, que aún conservan, dentro de las naturales diferencias de cada uno, merced al aislamiento político y económico de los restos del Imperio, elementos marcados, sobre todo, por el nivel económico y cultural mantenido durante sus cuatro largos siglos de vida más o menos en común.

Alfonso X, al adoptar el idioma de los conquistados, más evolucionado, expresivo y culto que el de los conquistadores, lo hizo idioma oficial de Castilla con lo que recibió el nombre inductor a confusión, al “convertir” al andaluz en deudor del castellano. Los idiomas evolucionan mientras viven, y el nominado castellano, además de ser estructurado por quien más sabía: un andaluz, de Lebrija, continúa recibiendo desde entonces, desde Andalucía, la mayoría de sus innovaciones, salvo extranjerismos. Suprimir la “d” intervocal, o la “s” final, no es hablar mal. En todo caso pueden serlo el laísmo, o cambiar la forma del verbo, entre otras faltas que Andalucía no comete.

Acusar a los andaluces de hablar mal es una triple injusticia; una triple falsedad. Porque Andalucía hizo el idioma, aunque recibiera el nombre del Estado que lo oficializó; porque el lenguaje de los críticos, cada vez se semeja más al de los criticados. Y porque los idiomas no se hablan mal: se hablan distinto. Estados Unidos, Canadá o Australia, no hablan igual que Inglaterra. Pero nadie osa tacharlos de incultos por eso. Cuádruple incultura, negar la rica cultura andaluza, de antes y de ahora. Andalucía no habla mal el castellano. En todo caso, España habla mal el andaluz.

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