Patio de monipodio

Cierre del Prado

Ni van a cerrar el Museo ni le van a poner una verja. Ni hablamos de Madrid, que la vida también se desarrolla fuera de la villa...

Ni van a cerrar el Museo ni le van a poner una verja. Ni hablamos de Madrid, que la vida también se desarrolla fuera de la villa. El Prado es el de San Sebastián, donde se ubica la estación de autobuses con cuyo cierre lanza su nueva amenaza el (des)Gobierno municipal. Menos mal que es cosa de palacio, pero es que no paran. No paran, pero ¿piensan? Eso es otro cantar. Vale, sí, puede que la estación esté en mal estado (nunca tanto como el Estado), pero cerrar, inutilizar edificios “en mal estado”, sirve para tener edificios vacíos o, peor, solares. Como el del antiguo Equipo Quirúrgico, al que ahora quieren sumar el de la estación. ¿Se propondrán devolver el Prado al pueblo de Sevilla, sus legítimos propietarios? Demasiado hermoso para que sea cierto. Seguro, ni lo han pensado. Pues si todo lo que está en mal estado, todo lo que quedó obsoleto, todo lo que presenta deficiencias debiera ser abandonado, en lugar de remodelado o recuperado, sería de obligado cumplimiento pensar en el Estado; en el de los políticos que nos empujan al abismo de sus incongruencias, de su egoísmo de su ingestión.

Sin considerarla un acierto ni una necesidad, no se negará aquí el posible interés de disponer de una sola estación de autobuses. Posible, porque tampoco es cuestión a defender con ahínco pues lo importante, lo que debe primar, es el interés del usuario; menos aún, mientras para algunas líneas se mantenga parada final junto al Parlamento. Pero la de Plaza de Armas es indefendible, un edificio mal tratado, peor aprovechado y, por tamaño y situación, incapaz de resistir el incremento de tráfico que supondrá el aumento de líneas, en una zona ya reducida y saturada. Negarlo, negar la evidencia, sólo evidencia la falta de raciocinio e interés de los responsables políticos y técnicos.

Uno más. Tan sólo uno más de los muchos errores-horrores de una casta crecida en ambición y poder, pero no en capacidad ni inteligencia. El principio de Peter elevado a la máxima potencia. Por eso la cosa no tiene arreglo. Da igual convocar primarias o no. La solución no está dentro de los partidos, en tanto continúen sirviendo como aparatos al servicio de una élite dirigente. La solución estaría en buscar los mejores gestores -que los hay- si hubiera interés en contar con los mejores gestores. Sin embargo, el interés está en fortalecer el aparato partidario para impedir la emergencia de personas cualificadas.

Es fácil, muy fácil, producir y exportar más. Es muy fácil reducir el gasto en la Administración. Es sumamente fácil perfeccionar la Educación, la Sanidad o la Justicia con menor costo. Todo ello es -también- fácilmente demostrable. Y posiblemente los políticos lo saben; razón de más para que impidan materializarlo. Dramático es llegar a la conclusión, desastrosa y descorazonadora, de que las cosas no se hacen mejor por simple y llana falta de voluntad, por simple y vulgar egolatría personal; o, más grave, por expresa voluntad de hacerlo mal. O, quizá porque el votante sólo interesa como votante. O quizá por algo peor… ¿Quién sabe?

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