A lo mejor (es decir, a lo peor) hasta va a hacer falta. En el país de la charanga y el cotilleo bajuno elevado a norma, es norma la normalización de la arbitrariedad. Tras la de un ayuntamiento dislocado en la búsqueda de votos… para el contrario, que ha echado al caminante de la acera, invadida por tranvía, ciclistas y veladores, ese contrario tan seguidista (de la norma del anterior),plantea elaborar un “itinerario del peatón”. Es como descubrir el Mediterráneo, doce mil años después de que lo descubrieran curetes, aqueos e íberos. Se ignora todavía –la Corporación ignaciana sin parentesco con Loyola no es ocurrente pero opaca- si colocarán vallas o sólo marmolillos rompe-tobillos, para evitar que el peatón (y la peatona) ataquen violentamente a los pobres ciclistas, convertidos de golpe -y es que “nobleza” (en el apellido) obliga- en principales usuarios de la acera con derecho a insultos y, si procede, algún golpe a quien se atreva a cuestionar la preferencia otorgada por la municipal norma, sancionada por la superior autoridad. Que será autoridad. Superior, según se mire.
En vez de mantener al peatón como primer usuario de la acera, pues para eso es el más débil, y colocar todos los vehículos en segundo, tercer, o cuarto lugar, se piensa hacerle caminar por estrechos vericuetos planificados. Esto es coherencia absoluta. Coherencia con la política de dominar al gobernado con leyes absurdas y abusivas, para acostumbrarle a obedecer. “Cuanto más poder tiene el Gobierno, más lejos queda la democracia”. La gente de “A contramano” y otros de similar “nobleza”, pueden sentirse orgullosos. Orgullosos y tranquilos. Ya no sólo estarán por encima del caminante, ya no sólo gozarán de preferencia; no sólo lo habrán colocado en segundolugar, por debajo del pedaleo, y en riesgo: lo habrán desplazado; tras apropiarse las aceras, su impunidad -sucesora de la preferencia- queda refrendada con la exclusividad del itinerario. Como si al final, además de ciclistas, motoristas o conductores, no todos fueran peatones.
No es necesario conducir al peatón como a fieras, por recorridos marcados y acotados. No hace falta ningún “itinerario del peatón”; basta conrespetar la Ley –anterior a la que otorga a los ciclistas “licencia para avasallar”- que reserva las aceras a los peatones y los tiene en lugar preferente, como el elemento más débil en la “cadena” circulatoria.
Elaborar el “itinerario” supondría refrendar la apropiación de la calle por veladores y vehículos, cuando lo que debe hacerse es justamente lo contrario: regular la colocación de unos y la circulación de los otros y sancionar adecuadamente los incumplimientos, ya que, por desgracia, mucha gente sólo comparte las leyes cuando les benefician o les obligan onerosamente. En este caso podrá ir contra la política gubernativa, especializada en el enfrentamiento (río revuelto dónde obtener buena pesca) y la glorificación de leyes absurdas con el único objetivo real de enseñar a obedecer. Pero también serviría a otro objetivo muy cuidado por la administración: el recaudatorio. Y aquí, seguro, la recaudación sería sustanciosa.