Socorrida excusa con auto denuncia incluida. Palpable muestra de cómo la codicia se extiende ycorroe hasta lo más social. O era apariencia. Naturalmente, con inestimable ayuda del Gobierno. Que dominar es más fácil si los demás están divididos. Pero si el monopolio, el oligopolio y pactar precios están prohibidos… podría intervenir. O a lo mejor es una prohibición de componenda, ante la cual sobran vigilantes ciegos.
Lo de la vivienda no es un pacto de precios, pero es igual. “Lo que cobra el vecino” es la única “razón” expuesta para defender el importe del alquiler. La vivienda social ha terminado. Terminó cuando se equiparó a la libre en cuanto a obtención de créditos privados para su acceso. El Ejecutivo no hace viviendas. En un arrebato de conveniente lucidez de conveniencia, decidieron cambiar el nombre a la Avenida Pedro Gual-Villalbí: no estaría bien recordar que aquel hombre las hizo, claro. Que la dictadura hizo viviendas, mientras esta dicta-dúo con discurso democrático a veces, ha entregado el constitucional derecho en manos de los gestores privados del capital, para fomentar el lucro, la avaricia y la mezquindad. Y bien fomentado que está.
El alquiler de una vivienda de calidad baja y máximo 70 metros cuadrados construidos supone el sueldo de una cajera de supermercado; el 70 ú 80 por ciento del de un trabajador cualificado; la mitad o más de los ingresos de un cargo medio, especialista o funcionario. Ninguna entidad de crédito otorgaría un préstamo ni aún en circunstancias económicas normales, con esta proporción de ingreso-gasto. Pero el artificialmente elevado precio de la vivienda nueva elevó el de la usada y, con ello, el de los alquileres. Como a nadie le amarga un dulce, hasta el mejor vecino se da tortas por disfrutar su trocito de la tarta.
Fomentado por inmobiliarias y medios virtuales sin escrúpulos, inmorales fomentadores del eufemístico “alquiler compartido”, como si se pudiera disfrazar el vivir en una habitación; apoyado por el Gobierno y la Junta quienes, para animar a los arrendadores prometen ayudas, que ayudan a subir los precios, hoy por hoy vivir de alquiler se ha convertido en una aventura que convierte al inquilino en trashumante quinquenal, si antes de los cinco años las dificultades económicas no lo ponen rápidamente en la calle pues por algo es el único sector que disfruta de juicios rápidos, para que los pescadores en el río de la acuciante necesidad, puedan ampliar su negocio con el llamado “seguro de alquiler”, y ayudar al propietario, primero tratando al inquilino (pagador del dichoso seguro) como a vulgar chorizo por un retraso producto de una situación económica -no provocada por ninguno de nosotros, sino por más altas instancias, dónde sí pueden encuadrarse las grandes aseguradoras- y a continuación abreviar en lo posible esos ya rápidos juicios de deshaucio. Cualquier cosa, en vez de reconocer que el mejor seguro de cobro es un precio realmente ajustado a la realidad económica.