Indiscutible: esta ciudad tiene talento. Pero con decirlo no está todo hecho. Todo, no. Con sólo decirlo no hay nada hecho. El dinero de los carteles podría haberse empleado en prestar alguna ayuda al talento. Por ejemplo. Porque el talento, normalmente, necesita ayuda. Ayuda moral, ayuda física, emocional y, sobre todo, ayuda económica: emprendimiento y promoción. Artistas, creativos, inventores, creadores de ideas originales y rentables, pocas veces vienen acompañados del capital necesario para poner en marcha su idea. El capital no suele ser creativo, es, al contrario, rancio, conservador y, casi siempre, mezquino. Apoyar la creatividad le permitiría redimirse, en la medida en que haga posible la visualización y el aprovechamiento artístico, ético, científico, técnico, creativo, económico, del talento.
Ni una colección de banderolas puede promover el talento de una ciudad, ni un concurso pseudo-televisivo todavía menos. Que de fabricar ídolos y ocultar a cuantos no caben en sus estrechos límites, ya se encargan los concursos-reality de la televisión. El talento merece y necesita ser descubierto y puesto en valor, no echarlo a pelear a ver quien se gana más simpatías, merced al morbo levantado.
Si nuestras autoridades no quieren reducir el talento a un folklorismo de salón, incapaz de alcanzar siquiera el grado de folklore; si tienen el mínimo interés en descubrir la mucha capacidad de inventiva existente en nuestro suelo, debe hacerse un seguimiento, con una cuidada selección no restrictiva ni, menos aún, competitiva, paraquedarse con todo cuanto pueda tener valor y, a continuación, buscar la financiación necesaria en función de cada caso. Aquí debería entrar en escena el capital privado, el mecenazgo, tan limitado actualmente al espectáculo subordinado aldeporte y sacarlo de su auto complacientelimitación, para hacerlo universal.
Ello requiere dos premisas: la primera, ofrecer verdaderas ventajas fiscales al mecenazgo cultural, social, industrial; la segunda, convencer a los agentes económicos de la doble ventaja de apoyar este tipo de iniciativas e ideas. Ventajas económicas por las plusvalíasdirectas de la inversión; y por el beneficio global, generado a toda la sociedad, de la que el inversor también forma parte.
En una sociedad cicatera, dónde la virtud de la diversificación industrial es considerada un defecto, se da de lado a la inversión en cultura, o en mercados distintos al habitual del capital individual. Abominable error que nos mantiene sumidos enrecesión permanente, acurrucados en el ladrillazo, sin querer ver -más allá de los errores propios- cómo otros mejoran su economía porque la basan en una cultura que sabe aprovechar todas las sinergias, que sabe apoyar ideas. Porque el capital sólo crece cuando hay movimiento, transacciones, iniciativa. Si no ¿cómo se explicaría el progreso de pueblos bastante menos creativos que el nuestro? Si puede tomarse de los países más desarrollados una moneda que nos empobrece, si podemos copiar hasta un cambio de horario procurador de más problemas que bienestar, podrían aprenderse, también, algo de los métodos y el estilo que les hanpermitido prosperar.