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El fracaso europeo en Hungría y la lucha de Oscar Camps

El Brexit, alentado y amañado por los rusos, o la estúpida actitud de la ministra de Justicia alemana cuestionando la justicia española, socavan el optimismo

Publicado: 10/04/2018 ·
09:34
· Actualizado: 10/04/2018 · 09:34
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Autor

Rafael García Rico

Rafael García Rico ejerce como Director de Irispress Magazine. Ex Diputado en el Congreso.

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La victoria de Viktor Orbán mantiene a Hungría en la senda ultranacionalista y conservadora de los últimos años. El presidente revalida su presidencia por tercera vez y consigue una mayoría parlamentaria inequívoca con una alta participación de los húngaros en las urnas. El fantasma del nacionalismo excluyente, la xenofobia y el racismo se pasea con cómoda tranquilidad por el viejo país comunista. Hungría fue el primer país en levantarse contra los soviéticos y luego uno de los reductos de subordinación más ejemplares para la URSS. Hasta que el muro comenzó a temblar por el empuje de los alemanes y mientras caía del todo, los disidentes del espacio soviético, ya convertidos en masa, escapaban por sus fronteras hacia Austria, cruzando sin temor el Telón de Acero que había dividido implacablemente Europa hasta la llegada de Gorbachov.

Los viejos países del paraíso comunista son ahora los primeros en construir, o reconstruir, el imaginario nacionalista que hizo tanto daño desde el periodo de entreguerras hasta 1945. La absurda idea de una patria superior en un mundo en el que las comunicaciones hacen imposibles las fronteras imaginarias del supremacismo, no es que sea aberrante, es quees un imperdonable error, recuperando palabras erróneamente atribuidas a Talleyrand al recibir la noticia de la ejecución del joven duque de Enghien.

Europa está en Bruselas, por muchos que sean sus errores. Y la práctica a la que nos acostumbran polacos y húngaros, por citar a los más conspicuos y destacados países involucionistas en la construcción de la Unión, no conduce más que a tiranías locales que solo servirán para hundir sus economías, empobrecer sus sociedades y acabar con el sueño de libertad que inspiró las rebeliones de terciopelo contra la farsa de la dictadura del proletariado.

No ayuda, por otra parte, el tiempo en que vivimos a que las urnas recuperen la sensatez en algunos territorios. El Brexit, alentado y amañado por los rusos, así como la estúpida actitud de la ministra de Justicia alemana cuestionando la justicia española, socavan el optimismo de los que aún pensamos en una Europa contraria al nacionalismo, más social y en una nueva etapa abierta al mundo capaz de resolver no solo sus problemas cuando estos le estallan encima sino de actuar antes de que esto ocurra, siendo solidarios, por ejemplo, con los países emisores de inmigración.

La Italia sin gobierno aún retiene un barco que es ejemplo de civilidad en el mundo; una institución creada para recatar las vidas de hombres, mujeres y niños perdidos en el Mediterráneo, Proactiva Open Arms es ahora el símbolo contrapuesto al éxito de Orbán y nos muestra una idea de Europa con la que soñar distinta de la burocracia criminal y el supremacismo nacionalista. Mientras Orbán se hace fuerte en su discurso, Europa naufraga por la vía de agua abierta en el barco de Oscar Camps y sus valientes. Mientras unos nos quieren pudrir otros se empeñan en salvarnos salvando vidas. Esa es la lección.

 

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