Opiniones de un payaso

La democracia y sus enemigos

Publicado: 18/03/2019 ·
23:02
· Actualizado: 18/03/2019 · 23:02
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Autor

José Antonio Ortega

(Con permiso de Heinrich Böll) es un espacio dedicado a la difusión de reflexiones al voleo o, si lo prefieren, al buen tuntún

Opiniones de un payaso

José Antonio Ortega es un periodista, escritor y sociólogo radicado en el Campo de Gibraltar

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Indignación, repulsa, hasta ganas de vomitar. Eso fue lo que me produjo oír la semana pasada las impresentables declaraciones de la diputada de Vox Luz Belinda Rodríguez desde la tribuna del Parlamento andaluz. Esta señora tuvo la tremenda desfachatez de equiparar las labores de rescate de inmigrantes que lleva a cabo Salvamento Marítimo en el Mediterráneo con un servicio de autobús. ¡Y la tía, encima, se quedó tan pancha!

Manifestaciones estas que son consecuencia de una profunda y lamentable ignorancia intelectual y espiritual y que la retratan. Como quedan igualmente retratados, y no para bien, todos quienes las aplauden y las suscriben.

Hablo de esa clase de ignorancia que es motivo de todos, o casi todos, los males que asolan a la humanidad y, por tanto, causa, cómo no, también, de una gran parte de los males políticos que nos aquejan. Un problema, por desgracia, de muy difícil solución, porque, además, quien es ignorante, o no lo admite o no lo sabe, y esa es la condición principal para empezar a dejar de serlo.

Si esta mujer hubiera sido testigo, como lo ha sido un servidor, por cuestiones profesionales, de lo duro, penoso y amargo que es llevarles a un padre y a una madre, hasta la misma puerta de su casa, dentro de un ataúd, los restos del hijo que pereció ahogado en aguas del Estrecho, tendría una opinión distinta al respecto. O quizá no. Porque, para soltar la atrocidad que esta diputada ha soltado en sede parlamentaria –coincido en ello con Íñigo Errejón­–, hay que ser muy mala persona, y parece ser que la señora lo es. O tener la chaveta –que me perdonen los tontos y los locos por la comparación– completamente perdida.

Con todo, lo más triste del asunto no es que esta representante de Vox –que, por cierto, con sus palabras no hace honor a su nombre porque demuestra tener muy pocas luces– diga eso que ha dicho. Lo más triste, y desesperanzador, es que haya miles de ciudadanos que lo creen y que sufren, como ella, “xenofobia”, esa enfermedad por la que no sé si merecen que nos compadezcamos, que les reprobemos o ambas cosas a la vez.

Sí, que les reprobemos, tal como suena. Siquiera solo sea moralmente. Rebelándonos contra ese mandamiento contemplado en la moderna doctrina de lo políticamente correcto que nos obliga en ocasiones a respetar incluso lo que no es digno de respeto alguno. ¡Basta ya! Algunas ideas tienen que ser demonizadas, y muy claramente demonizadas, porque solo así podemos, si no erradicarlas, al menos contenerlas para que no proliferen, se extiendan y se contagien como un virus maligno. Si no lo hacemos, corremos el riesgo de que se repitan episodios de nuestra historia reciente de infausto recuerdo que suponíamos ya irrepetibles.

Y no, no me estoy refiriendo –¡qué más quisieran algunos!– a limitar la libertad de expresión, porque defiendo el derecho de todo el mundo a proclamar hasta el peor de los disparates que se les pase por la cabeza. ¡Solo faltaría! Sino a que es obligación de todos los que nos sentimos demócratas y nos consideramos gente de buena fe censurar tal clase de ocurrencias y oponernos con la fuerza de la razón y la inteligencia a las ideologías perversas de las que surgen, a fin de proteger –y permítaseme que parafrasee aquí a Popper– nuestra democracia, por muy imperfecta que sea, de sus verdaderos enemigos.

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