La mirada en un destello.

Publicado: 27/09/2021
Autor

Jorge de Arco

Escritor, profesor universitario y crítico. Académico de la Real Academia de San Dionisio de Ciencias, Artes y Letras

Notas de un lector

En el espacio 'Notas de un lector', Jorge de Arco hace reseñas sobre novedades poéticas y narrativas

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Las 17 sílabas que cobijan un haiku requieren estar bien aprovechadas para decir con hondura y sugerencia. Tal es el caso de Hilario Jiménez Gómez
La difusión del haiku viene siendo muy amplia desde finales del siglo pasado. La esencialidad lírica que deviene de su forma y su semántica rehúye la evidencia y necesita, sin duda, de la complicidad lectora para alcanzar su completa significancia.

Ramón Gómez de la Serna asociaba el haiku con la “instantaneidad”, tal si fuera esa mariposa que revolotea desde nuestros ojos hasta su finitud. Claro que, en su vuelo, debe haber una palabra que se alce sustantiva y permita que su conciso mensaje no se torne enigma, incomprensión. Porque las diecisiete sílabas que lo cobijan requieren, como es lógico, estar bien aprovechadas para decir con hondura y sugerencia. Y tal es el caso de los haikus que Hilario Jiménez Gómez acaba de reunir en “Fragilidades” (El Levitador. Polibea. Madrid, 2021).

Cacereño del 74, es licenciado con Grado en Filología Hispánica y profesor de Lengua castellana y Literatura. Entre sus libros de poesía, cabe destacar:“En un triángulo de ausencias” (2003), “Delirio in extremis de un aguador con sed” (2004), “Diario de un abrazo” (2008), “Hoy es siempre todavía” (2012), “El coleccionista de inviernos” (2016) y “Para que la vida ocurra” (2018).-En “Savia y ceniza”, aparecido el pasado año, recogió su obra completa-.

 

    En este centenar de haikus hay un universo que llega envuelto de forma unívoca, solidaria, y el cual remite a espacios comunes, a un tiempo donde resuenan los ecos más próximos al sujeto lírico. Hilario Jiménez Gómez modula, su vital gramática con un sabio acento, con un trazo continuado, dadores, al cabo, de un mensaje evocador: “cerezo en flor/ el más bello invierno/ en primavera”; “y avanzar…/ ver florecer un verso/ sin olvidar”.

     Sabedor de que “sobrevivir/ es cambiar lo oscuro/ por las pasiones”, el escritor extremeño incide en alinear el azar y la ventura para conformar una ineludible armonía en su palabra. Con una escritura enraizada en lo íntimo muestra, a su vez, una cíclica ascendencia que permite conocer y celebrar cuánto su libertad abraza. Confiesa el propio poeta en el epílogo a este volumen que estas páginas remiten a “recuerdos y sensaciones que han forjado la persona que soy”.Y de esa personal cartografía pueden hallarse -aquí y ahora- muy distintos ejemplos, resueltos mediante el bordón de lo familiar o de lo amatorio: “sin tu mirada/ el invierno sería/ estación fija”; “me gusta hacer/ nuestra cama contigo/ y deshacerla”.

    La Naturaleza tiene también aquí vasta presencia. Porque en este cuaderno de vivencias y experiencias, el campo, la tierra, la semilla que somos, resuenan con serena certidumbre. Anota Fermín Herrero en su prefacio que el poeta cacereño “…lleva al haiku a su terreno predilecto, adaptándolo a su personalidad”. Y, en verdad, a través de su decir, de esa claridad para vincular su reflexión y su conciencia a su mensaje, podrá el lector hallar las claves humanas que escriben y rescriben estos versos plenos de materia común: “flores humildes/ sobre antiguas lápidas/ son besos nuevos”.

    Un libro, sí, para leer quedamente, para aspirar en la serena apuesta de su profunda verdad: “sí, tengo miedo/ a la fragilidad/ y a sus heridas”.

 

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