Poco se sabe de este autor con aspecto de náufrago o de mago Gandalf de las letras, que confiesa no tener trato con otros escritores y que los círculos literarios le aburren hasta el llanto, lo que no ha impedido que, aunque tardíamente, haya visto su sueño de escritor cumplido después de más de treinta años de frustración. “No es que empezara a escribir tarde -afirma-, sino que empecé a terminar lo que escribía en vez de abandonar antes de acabarlo, consciente de que el tiempo estaba concluyendo”.
Vuelve Savage a hablarnos de un animal en su segunda novela, “El lamento del perezoso” (Seix Barral, Barcelona, 2009), y esta vez se trata del “ai-ai”, una variante de perezoso con tres dedos en cada mano y en cada pie, “que se mueve tan despacio y es tan húmedo el follaje del que cuelga que le crece moho en su piel”. En ese animal, “igual de musgoso”, se refleja el protagonista Andrew Whittaker, editor de una revista literaria de dudoso prestigio a la que trata de mantener a flote con el mismo tesón con el que se empeña en salvar su matrimonio, mientras conserva abierto otros frentes en su relación con diversos escritores y colaboradores, con las facturas que se le amontonan y con los incívicos inquilinos del edificio de su propiedad que no cumplen con los pagos.
Andrew escribe de manera compulsiva: cartas, listas de la compra, invitaciones a antiguos compañeros, carteles de aviso para sus vecinos, y se comporta como un entrañable y singular visionario, como un Don Quijote del siglo XXI empeñado en ser feliz a toda costa y en defender (y salvar), pluma en mano, su mundo: un mundo que se desmorona junto a sus ilusiones, sus proyectos y deseos vanos, con los que trata de esquivar a la atenazante soledad.
Pese a su sencillez y su tono triste y melancólico, “El lamento del perezoso” es un libro excelente en su planteamiento y en su desarrollo; y ello, por su entrañable y, a veces, cómico discurso sobre la verdad y la vida, por la agotadora e inútil lucha que entabla su protagonista. Savage siempre tendrá propicio al lector para comprender cada sensación, cada sentimiento de ese hombre solo, tan verosímil y cercano, aunque le sepamos abocado al fracaso.
Felicitémonos por el reencuentro con uno de esos escritores que miran de frente a la realidad, lo que en estos tiempos no es poco, tratándose de un “novel”.
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