Con muy buen criterio la editorial Almud, está dando a conocer en los últimos tiempos los variados panoramas poéticos que vienen sucediéndose en Castilla-La Mancha . Hasta la fecha, han visto la luz, “Poetas de Albacete, hoy: La confitería”, “En torno a Hermes: poetas de Toledo, hoy” y “Los rostros de Medusa: 20 años de poesía conquense”.
Se suma ahora, “Detrás de las palabras (Posguerra y Transición en la poesía de Ciudad Real)”, un sugerente compendio de las voces más significadas de la lírica manchega actual, y que abarca a los poetas nacidos entre 1929 y 1964.
Esta compilación, al cuidado de José Mª González Ortega, renueva y amplía la que el mismo antólogo realizase en 1984, bajo el título “Ciudad Real: Poesía última”, y sitúa al lector frente a un atractivo núcleo de poetas, entre los que existen “claras complicidades: precedentes poéticos, percepciones, actitudes, compromisos”, tal y como apunta en su introducción el propio González Ortega en su introducción. Quien añade: “Cualidades indiscutibles los conduce-incansables- para llegar al interior del hombre y su corazón libertario. Siembran realismo, clasicismo, vanguardismo, reflexión y resistencia”.
Cada uno de los catorce autores escogidos, ha seleccionado unos cinco poemas de su ya amplia obra. Previo a ellos, el compilador ofrece un estudio de sus trayectorias y claves líricas, que ayudan a situar los respectivos contextos estéticos y líricos de los distintos vates.
Entre José Corredor-Matheos (1929, Alcázar de San Juan) y Ángela Vallvey (1964, San Lorenzo de Calatrava), hay, pues, treinta y cinco años y más de una decena de escritores con muy diversos itinerarios, pero fácilmente reconocibles por la esencial conciencia humana y literaria que los circunda.
Es difícil -por razones de espacio- dar una somera pincelada de todos los escritores antologados. Por ello, tan sólo me permito registrar la originalidad creadora y el depurado lenguaje de José Corredor-Matheos (“Yo soy un pez, un pez/ que va por el jardín/ tan libre como un árbol”); el corazonador humanismo y el dominio formal de Nicolás del Hierro (“Nos pusieron descalzos en la tierra/ y quemaba, quemaba como suele/ quemarnos el dolor; pero algo así/ como un dolor sin sitio destinado”); el atinado clasicismo temático y el brillor versal de Francisco Mena Cantero (“El tiempo nos rescata, reverdece/ lo que el recuerdo guarda. Es otra madre/ desentrañando historias/ que una vez fueron nuestras”); los sueños derramados y el preciso discurso de Miguel Galanes: (“Surge la nada. Incitación a nuevos silencios,/ donde a cada instante se inventan/ y habitan los cuerpos en sus límites”); la lúcida mirada y el mágico susurro de Federico Gallego Ripoll (“Y no acaban los días del lenguaje/ mientras mis manos,/ mientras tus manos, oigan”); el rigor y el turbador misterio de Pedro Antonio González Moreno (“Siempre crece hacia dentro la memoria/ como una flor extraña/ que renunciase al aire…”).
A ellos, se unen la voces de Félix Grande, Valentín Arteaga, Joaquín Brotons, Teo Serna, Juana Pinés Maeso, Francisco Gómez Porro y José María González Soto.
En suma, un renovado florilegio tan necesario como ilustrativo de una poesía de manchegos acentos, febriles y trascendentes.