Nacida en Barcelona 1904, Elisabeth Mulder fue hija de un holandés de madre española y de una portorriqueña de ascendencia italiana y catalana. Entre Barcelona y Puerto Rico pasó su infancia. Su existencia cosmopolita -viajó con asiduidad por Europa- y su dominio de varios idiomas -inglés, francés, italiano, ruso-, le proporcionaron una vasta cultura. Su educación estuvo al cuidado de institutrices personales y con tan sólo 17 años se casó con Enrique Dauner, un abogado de la burguesía ilustrada catalana. Seis años después tuvieron a su único hijo y, en 1927, Elisabeth Mulder edita “Embrujamiento”. Aquel poemario de “atmósferas simbolistas y tono doliente” inauguraba la brillante carrera de una mujer difícil de encasillar en la sociedad de primeros del siglo XX. La escritora catalana cultivó la traducción, el cuento, la novela, el articulo y dejó tras de sí una estela de mujer dialogante y poco convencional.
La publicación de esta oportuna “Sinfonía en rojo” (Santander Fundación. Colección Obra Fundamental.Madrid, 2018) recoge un importante repertorio de textos líricos y prosísticos. Su compilador, Juan Manuel de Prada, anota en su estudio previo que su selección se ha basado en dos criterios: por un lado, “ofrecer una visión panorámica de la obra de Elisabeth Mulder, incluyendo muestras de casi todos los géneros que cultivó; por otro, conceder prioridad a obras de difícil acceso para el lector, con especial atención a las que nunca fueron reeditadas”.Cuanto se desprende de estas páginas de literatura confesional, contradictoria, sincera, desbordada…, es el retrato deslumbrante de una escritora todoterreno, con un inagotable caudal literario y a quien nada ni nada pudo parar en su decidido empeño por ser un espíritu en libertad.
La Elisabeth Mulder narradora estuvo muy por encima de la Elisabeth Mulder poetisa. Ella misma lo confesaba. “Escribir prosa es dificilísimo. Y quizá por eso mi prosa arranca con más madurez que mi poesía… porque se estaba haciendo por dentro”.
Sin embargo, a través de su íntimo verso, puede entenderse más y mejor su mensaje, su verdad ulterior, su identitario cántico: “Vivir es difundirse/ como un aroma;/ es esfumarse/ como un color;/ es ser un fruto/ y una paloma/ en el arrullo/ suave, de amor./ Es dar el jugo,/ dar la fragancia/ y dar el canto/ triunfador. Es difundirse/ como un aroma/ y es esfumarse/ como un color”.
Dos años después de aquel “Embrujamiento”, verían la luz “La canción cristalina” (1929) y “Sinfonía en rojo”(1929). Este último es el volumen más completo de la poeta barcelonesa. Su verbo se depura, se afila, se libera de ataduras y clama pleno de intensidad. En su poema, “Yo misma”, anota su desamparo y su destino: “¡Si pudiera salir de mí/ acaso me salvaría!/ Tal vez me marchitaría/ como una flor/ el dolor/ en que mi vida se abisma/ si no diera a lo exterior/ tan gran parte del horror/ de mí misma (…) Soy la eterna sombra, que avanza/ ante mí si quiero ir lejos./ Soy la noche de mi esperanza./ ¡Soy un reflejo de reflejos!”.
A estos títulos, le seguirían “La hora emocionada” (1931) y “Paisajes y meditaciones” (1933). Tras un paréntesis de más de una década, se publicaría “Poemas mediterráneos” (1949). Su poesía de entonces, afirma Juan Manuel de Prada, ya “ha evolucionado hacia un estilo más impresionista con elementos neogongorinos en afortunada simbiosis con aires populares”.
Una antología, en suma, aguda y pertinente, reveladora del profundo decir de una escritora dotada de valentía y de una moderna inteligencia.
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