Notas de un lector

Para que la ceniza se haga hombre

José Manuel Díez lleva más de una década alternando su labor poética con la narración, el artículo y la composición musical

Publicado: 08/10/2018 ·
14:00
· Actualizado: 08/10/2018 · 14:00
Autor

Jorge de Arco

Escritor, profesor universitario y crítico. Académico de la Real Academia de San Dionisio de Ciencias, Artes y Letras

Notas de un lector

En el espacio 'Notas de un lector', Jorge de Arco hace reseñas sobre novedades poéticas y narrativas

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José Manuel Díez (Zafra, 1978) lleva más de una década alternando su labor poética con la narración, el artículo y la composición musical. El autor extremeño editó su primer libro de versos en 2004, bajo el título de “42”. A éste, le siguieron, “La caja vacía” (Premio Cáceres Patrimonio de la Humanidad, 2005), “Baile de máscaras” (Premio Hiperión, 2013) y “Estudio del enigma” (Premio Ciudad de Burgos, 2014).

Y al amparo del Premio Jaén de Poesía, ve la luz, “El país de los imbéciles” (Hiperión. Madrid, 2018). Un volumen ratificador de una voz cada vez más asentada, de un decir que sabe aunar el compromiso y la emotividad, la reflexión y lo íntimo. Porque, en esta ocasión, José Manuel Díez reúne textos donde el sujeto lírico se torna protagonista y toma conciencia ulterior de todo aquello cuanto sucede cerca de sí. Aquí y ahora, se evocan y se nombran seres y  elementos que permanecen enraizados a su hábitat interior, los cuales le permiten comunicarse de forma más directa con el universo que lo cobija: “He vivido la paz y no era efímera./ He vivido el amor y no era impuro./ He vivido el dolor y no era eterno./ He vivido entre hombres sintiéndome un extraño”.

    El poeta zafrenseva trazando, a su vez, los espacios donde se aúnan la inmanencia y el destino. Con un discurso que no escondecierta dosis de crítica social y de ironía, su verbo pronuncia con lucidez los lugares que reclaman libertad para uno mismo y para el prójimo, los territorios que revelan certidumbre y esperanza. La acordanza se torna conocimiento y los años se convierten en esencialidad empírica, en primigenia fidelidad a lo vivido: “Invoco a cada dios al que he rezado/ para que la palabra se haga carne,/ para que la ceniza se haga hombre./ Invoco a la memoria necesaria,/ y a la paciencia justa, y al deseo,/ por hacerme crecer más allá de mis manos”.

     Escritos y reescritos a lo largo de la última década, estos cuarenta poemas profundizan en argumentos racionales que se oponen y se complementan. Tanto en el plano físico como anímico, la inminencia de corregir aquellos comportamientos que vulneran los valores humanosdespierta la conciencia del yo. Desde esa actitud de constante alerta, van creciendo muchos de estos versos que devienen en una afirmación íntima y existencial. Al cabo,  una catarsis capaz de descubrir al propio ser  como una ventana abierta a lo absoluto y como fundamento para evitar aquello que pueda reducir y oprimir la verdad de cada uno. No en vano, el propio autor confiesa en sus “Acotaciones”, que es este un libro que ahondaen “personajes, situaciones y temas de alcance universal, relacionados con la enajenación global de la conciencia del individuo, y por extensión, eficaces para poner en duda algunos de sus valores sociales más comúnmente aceptados”.

     Dividido en dos apartados, “Los dioses del instante” y “El país de los imbéciles”, el lector tiene ante sí un poemario que sugiere una metáfora de lo concreto frente a lo innegable y lo intangible, frente a la semántica de una finitud que no resiste la idealización de la existencia. Un poemario, en suma, de materia real y permanente, donde coexisten el reverso del paraíso y el envés de la dicha: “No hay diferencia apenas/ entre un hombre y un hombre:/ los dos tienen un padre y una madre,/ un corazón, dos ojos, dos pulmones,/ una vida muy breve y una muerte muy larga”.

 

 

 

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