Franco Loi, verso y sombra

Publicado: 03/09/2009
Tras la estética renovadora que alumbrase la corriente neovanguardista de los 60, la poesía italiana asistió a un acentuado periodo de crisis que dejaba en suspenso los aires regenadores que habían promovido los Novísimos. El vacío posterior, fue llenándose al par de una lírica algo más “comunicativa” -tal y como la definiera el crítico Antonio Porta-, en la que se pretendía recuperar el poder semántico de la palabra y se huía de los excesos formalistas y eruditos de la generación precedente. Como vehículo imprescindible de las más diferentes e innovadoras tendencias que, a su vez, surgen a partir de 1975, aparece un amplio número de antologías, que desde planos muy diversos pretenden poner orden en la llamativa diversificación que se produce entonces.
En este marco de dispersión, comienza la andadura lírica de Franco Loi (Génova, 1930), que pergeña sus primeros versos hacia 1965, y publica en 1972 “Los papeles”. Afincado en Milán desde los siete años, Loi adoptará el dialecto milanés como “parte de su educación vital y sentimental”, lo que ha provocado que su repercusión literaria fuera de Italia sea algo menor de lo que su afilado verso de sal y sombra mereciera.


Para paliar esta ausencia, se publica ahora “Ser hombre y ser poeta” (Pre-Textos. Valencia, 2009), antología que recoge una significativa muestra de once de sus libros editados. Con mimo y rigurosidad, Esther Morillas ha vertido al castellano estos textos de sonora musicalidad y “ritmo embaucador”, salvando con verdadero acierto las dificultades que ofrece la traducción del vate italiano. La propia traductora anota en su prólogo que “Loi crea un milanés expresionista y exuberante, híbrido y vivo, muchas veces de grafía distinta a la de los diccionarios, pleno de neologismos y voces de otros dialectos, rico en registros que no se excluyen, sino que se superponen”.

Son múltiples las virtudes que presenta el quehacer de Franco Loi, pero sorprende en un primer acercamiento la facilidad con la que maneja los tiempos narrativos del poema, el eco con que resuena su delicado verbo y la autenticidad que emana desde su cántico plural y renovador. Su poesía bebe de la memoria, de la realidad viva y soñadora, de los juveniles paisajes milaneses que aún lo acompañan, de la necesidad de asaltar los espacios que limitan con la existencia: “Se escribe por la muerte (…) Se escribe porque sea verdadera la vida,/ algo que ya había, que hay, que quizá ya no esté”. Su conciencia también se inclina hasta una sugeridora sentimentalidad, hasta una dimensión casi dramática, donde el hombre permanece en constante búsqueda de su mutante identidad: “Solo estoy y canto, y miro aquella nube/ llena de mí y de su mirarme antiguo”.
Si sus primeros libros rozan las remembranzas familiares, los comunes escenarios del ayer, el imán que lo aproxima a la embriagante Naturaleza…, su decir posterior evoluciona hacia una mayor espiritualidad, hacia una madurez que precisaba dejar a un lado la sombra de sus dudas y aspirar un aliento sagrado y anhelante: “Dios no es un pensamiento, ni una idea,/ Sino espada que da en el corazón,/ un modo de sentir, peso de piedra/ que al desear del corazón es aire…”.

Una oportunísima antología, que nos acerca la materia lírica de un autor de alma profunda. Y verso liberador.

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