Notas de un lector

Solitario canto enamorado

Se nos ofrece Javier Lostalé como paradigma en nuestras letras del hombre entregado a su causa: poeta, periodista y crítico literario

Publicado: 09/04/2018 ·
09:28
· Actualizado: 09/04/2018 · 09:28
Autor

Jorge de Arco

Escritor, profesor universitario y crítico. Académico de la Real Academia de San Dionisio de Ciencias, Artes y Letras

Notas de un lector

En el espacio 'Notas de un lector', Jorge de Arco hace reseñas sobre novedades poéticas y narrativas

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Se nos ofrece Javier Lostalé (Madrid, 1942) como paradigma en nuestras letras del hombre entregado a su causa: poeta, periodista y crítico literario. Autor de siete poemarios, su programa radiofónico La estación azul supone un hito en la cultura hispana desde hace décadas, y ha sido reconocido con los premios Nacional de Fomento a la Lectura y Francisco de Quevedo.

En Cielo (Fundación José Manuel Lara. Vandalia. Sevilla, 2018), este mismo hombre se esmera en pergeñar un entendimiento muy sutil de las cosas adscritas al alma. A veces lo consigue, a veces dase cuenta de que ese árbol pequeño, por ejemplo, no encuentra amparo en ninguna mirada humana. Porque los elementos del mundo van y vienen casi siempre pendientes de una única soledad. Quien busca reconocerse en sus adentros, se siente sin duda sujeto paciente, humilde destinatario de la historia universal que el amor propone. No es un mero trámite, sino la consumación del individuo: “Ese árbol eres tú,/ solitario canto enamorado/ en medio de un paisaje/ que mudo también te responde.”

Cuántas veces el hombre se pregunta por su ser, cae en un mutismo consolador, y luego se dedica a desdoblarse sincerándose con sus constituyentes últimos. Importa, por tanto, la naturaleza comprensiva que le delata como dador y receptor amante. En este sentido, los hechos vitales que se disfrutan y se padecen adquieren una dimensión nueva. La palabra, la dicción lírica, se suma al extravío resuelto en una letanía de certezas conmovedoras íntimamente ligadas a lo que ya se conoce, pero también al porvenir. Entonces la conciencia suele parecerse a un náufrago feliz, seguro en su islote de recuerdos y pervivencias, y surge un hilo de vida resuelta entre trasuntos de mismidad e interrogaciones. “Quien ama/ tirita de tanto no saber/ lo que es su única fe”, sí, pero también se tiende en un estero de tensas serenidades, y aprende a volar tan hacia arriba “que ya no encuentra su lugar/ fuera de lo amado.” El ánimo del poeta subyace, pues, en su forma cognoscible, y se anega en el pensamiento para aflorar más tarde redivivo y convencido de que la realidad agradecible se aprecia en el detalle y en lo perdurable, esto es, en lo conocidoy reconocible por los sentidos, el beso, por ejemplo, o la voz baja y necesaria del ser que le requiere. Apunta Diego Doncel en su postfacio a Cielo: “Ya no asistimos de forma explícita a la carga autobiográfica, sino que todos los elementos están sometidos a una prueba de despojamiento, de esencialidad, con un lenguaje tenso y bello, cargado de emoción.”

Se trata de arraigar sin reparos cada una de las inclinaciones en una sujeción fiable, dígase esperanza o poder de convencimiento. Acaso la solución se encuentra en una irradiación de presencia sin rostro visto por los ojos del poeta, o en la exhalación de su tacto hacia otro tacto que lo encarcela y lo libera a un tiempo. Solo el poeta puede celebrar que en una ocasión se deshabitó para reconocerse en el tesoro de otra soledad. Con urgencia, él mismo confiesa haberse retirado a un lugar desconocido donde poder amar en plenitud lo que nunca llegó a existir. Es ello lo que en fin le salva y le confiere su signo identitario: “Que nada en tu biografía cicatrice/ para que sean sus heridas quienes la escriban.”

¿Quién duda de que el poeta nace de su voluntad?

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