Una nueva colección lírica acaba de nacer bajo el título de
Marisma. Su intención, la de “construir un catálogo inquieto de poesía contemporánea que indague en la heterogeneidad de las prácticas poéticas. Un catálogo receptivo y abierto con presencia de autores españoles y americanos en ediciones bilingües y con un ritmo de diez novedades anuales”.
Las dos primeras acaban de ver la luz: “El guante de plástico rosa”, de Miquel Dolors y “Tranversal / Opus Morbo” de Pedro Montealegre.
Me detengo en el quehacer de este último, el poeta chileno (1975 -2015) que vio truncada su vida a los cuarenta años de edad.
Afincado durante una década en Valencia, fue aquella una etapa prolífica y enriquecedora para su quehacer. En 2005, obtuvo el premio
César Simón con “La palabra rabia”; en 2006, vio la luz “El hijo de todos”, en 2007 “Transversal”, en 2010, “Animal escaso” y, en 2012, “La pobre prosa humana”.Ahora, el lector tiene ante sí un doble volumen que recupera los textos editados hace ya once años y un libro póstumo e inédito.
En “Transversal”, Pedro Montealegre dispone una arquitectura curva y heterogénea. Su decir surge desde un torrencial dilema en el cual se aglutina la conciencia imperecedera de un yo herido, geométrico, inquieto, enmascarado. Su prosa respira en la duda del corazón e intenta reconocerse desde un espacio multiforme donde cabe la fragilidad de las preguntas, la sonrisa de las sombras, la gramática del mañana: “A menudo te escribo desde un hilo -esto lo es- mis articulaciones son hilo cuando la ciudad es lagartija por ellas –se sube, se baja. Pero yo la soplo: cae en el gancho carnicero de la interrogación. Se enquista: bufa. Y el dolor huye, huye y retrocede, arrancado de su dignidad”.
Dividido en tres apartados, “El principio del nombre”, “El miedo es redondo” y “La historia es ciega”, los textos se orillan en una suerte de personal imaginario frente al cual Montealegre derrama su labio, su aliento, su impostura, su fluorescencia. Hay ocasiones en las que el lenguaje se retuerce y se extrema y la significación queda en un limbo interpretativo. Tal vez, por ello, el propio autor advierta de que “la imagen en el aire de un cometa: ¿es el aire?”.
En “Opus morbo” se reavivan los territorios hollados del ayer y se reinterpreta la simulación de un ensayo de vida ya casi extinto. En su prefacio, Begonya Pozo anota que este volumen significa “la vuelta consciente al infierno: no a un territorio metafórico ni hiperbólico, sino a uno totalmente real donde su cuerpo mente estuvo a punto de claudicar, de desaparecer”.
En sus cinco secciones, “Enfermedad”, “Radiografía”, “Temblor”, “Resurrección” y “El guardabosques”, se perpetúa un acento unitario, una aspiración solidaria nacida desde los adentros y la cual atraviesa las fronteras del sentimiento y de la semántica: “Lo nutricio: balas de pan surgiendo de la usura, muchachos desnudos montados en bicicleta. Dónde el trabajo en fabular o mentir si los nectarios conservan una calavera diminuta, si las panaderías fabrican ataúdes comodísimos que se pueden mascar y guardar en la despensa”.
Al cabo, un volumen de palabra extendida y común, cuya verdad gira en derredor de una alquimia sugestiva y duradera: “Aquí estaremos nosotros, en medio, besándonos, anclados a la luz y a su alabanza vítrea”.