Tallando el tiempo

Publicado: 29/01/2018
Reinaldo Jiménez maneja sabiamente la música versal y estrófica y en la variedad de su decir libera todo aquello que abriga su permanencia
“De la mano llegaste/ a mudar en jardín mis soledades”, escribió tiempo atrás la puertorriqueña Isabella Acosta en su poema “Afán”. Y memoro ahora aquellos versos tras la lectura del reciente libro de Reinaldo Jiménez “De la mano” (Hiperión. Madrid, 2017), galardonado con el XX Premio Internacional Antonio Machado en Baeza.

     Nacido en 1969 en La Herradura, el autor granadino inició su andadura lírica en el año 2000 con “O la sien sobre el lodo”; a éste, le siguieron otros cuatro títulos distinguidos con otros tantos reconocimientos: “Al paso volador de las perdices” (premio Emma Egea, 2001), “Paisajes sobre el agua” (premio Tardor, 2002), “El vuelo único” (premio Alegría, 2006) y“Habitarás la casa”(premio Provincia de León, 2012).

En esta ocasión, Reinaldo Jiménez ha vertebrado un conjunto sugestivo y unitario, un recorrido interior por los senderos que van a dar a lo más hondo de su acontecer. Los poemas se suceden de manera visual, como destellantes estampas donde el lector se siente también partícipe de un ámbito de extremada pureza. Porque, además, bajo la exploración personal que acompañan a estos textos surge un diálogo verosímil, existencial, que se resuelve al hilo de una consciencia universalmente tangible.

En su pórtico -dedicado a su hija-, escribe el vate granadino: “Aun a pesar de ser feliz,/ comprendes que son caras de la misma moneda/ el miedo y la alegría, que los tensa el amor,/ por eso a veces prende la incertidumbre/ del tiempo venidero. Una sombra fulgura/ en mitad de la luz./ Y vas teniendo en cuenta, porque amas,/ que habrá de sucederle a quien ahora/ camina de tu mano y va creciendo”. Y desde esa proyección vital, donde la pulsión de la dicha se enfrenta al dolor, surge la mayor parteeste compendio de ausencias y presencias, de certidumbres y adversidades.

En su devenir, el yo lírico sostiene su figura y sus anhelos sobre una naturaleza perdurable, que abriga su cronología y eleva su conciencia hasta un ámbito de fértil humanidad. La memoria cose sus hilos junto a los territorios de la infancia y el silencio se apodera de aquella belleza donde convergieran las deshoras más lúcidas del ayer. Tal y como se adivina, p.ej., en “Madera de deriva”, unaelegía dedicada a sus padres: “Al tomarla en mis manos/ he pensado en vosotros,/ la imprecisa materia/ que va tallando el tiempo./ En ella comparece la caricia/ primera y el milagro/ de lo que en duro trance/ sin aristas se forja./ Con reverencia he alzado/ delante de mis ojos/ esta rama gastada, padres,/ vuestro legado invicto”.

Reinaldo Jiménez maneja sabiamente la música versal y estrófica y en la variedad de su decir libera todo aquello que abriga su permanencia: el aire, el cielo, un árbol, la lluvia, los mirlos, los bosques, los almendros, el espliego, el tomillo..., cobran unísona cadencia y recobran la verdad de su ulterior significancia. 

Por estas páginas, en suma, vemos desfilar la claridad de una voz nostálgica, latidora, que cubre de meditativa materia el sencillo fervor de la vida, de la humildad de la tierra, de la persistencia de los dones que anidan en el milagro de la palabra: "De andar y desandar esta vereda/ que flanquea el jardín,/ de tanto aroma,/ de romperme los ojos sobre el mar, / soy vereda, jardín y mar/ y soy mi olvido”.

 

 

 

 

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