Han pasado ya siete otoños desde que Miguel Ángel Velasco (1963) nos dijera adiós. Ver sesgada una vida a los cuarenta y siete años resulta siempre desasosegante, pero en el caso de un escritor, pareciera aún más cruel por ser esta una edad de habitual madurez creativa.Tal era el caso del poeta mallorquín, quien poco antes de su muerte atravesaba una etapa lírica plena de esplendor.
Ahora, bajo el título de “Pólvora en el sueño. Antología” (Chamán Ediciones. Albacete, 2017), el lector tiene ante sí una excelente ocasión de acercarse al ámbito humano y literario de Velasco.
La edición de Alfredo Rodríguez surge como un sentido y bellísimo homenaje que, además de reunir una importante muestra de la obra del vate balear, incluye un extenso e intenso estudio de su decir. Junto a él, hay un buen número de testimonios de las personas que mejor lo conocieron y más lo quisieron.
El compilador confiesa haber seleccionado los poemas“que a mí, personalmente y como lector, más me impactaron, aquellos que más me emocionaron e impresionaron durante las primeras lecturas, con los que más intensamente conecté, y que luego más me hicieron reflexionar”. Y añade: “En sus mejores poemas se da ese cierto aroma, indefinible, pero inconfundible, que despide el arte verdadero, pero además también una fuerza arcana, desconocida, donde se da respuesta a lo esencial de un poeta”.
No es frecuente recibir un accésit del Premio Adonáis a los dieciséis años. Y aún menos, obtener dicho galardón tan sólo dos años después-“Las berlinas del sueño” (1981)-. Sin embargo, ese fue el caso de Miguel Ángel Velasco. Desde entonces, su verbo se detuvo hasta la publicación,catorce años después de “Pericolososporgersi” (1986). No es tampoco común, tropezarse con autores que, siendo aún tan jóvenes, decidan frenar su ascendente carrera literaria en pos de un proceso de honda reflexión y madurez creadora. Claro que esa inusual condición, devolvió a la realidad de las letras, a un escritor fortalecido en sus lecturas y en sus referentes.
Este florilegio no da cuenta de los libros citados anteriormente, pues el propio Velasco consideraba aquel conjunto como un “periodo de formación”. De modo que “El sermón del fresno” (1995) sirve como pórtico. A éste,le siguen“El dibujo de la savia” (1998), “La vida desatada” (2000), “La miel salvaje” (2003), -premioLoewe-, “Fuego de rueda” (2006) -premio Fray Luis de León-, “Memorial del trasluz” (2008) -premio Oliver Belmás-, Ánima de cañón (2010) y, el ya póstumo, “La muerte una vez más”.
El conjunto de su poesía viene marcado por un tono hímnico, coral, donde se aúna la celebración de cuanto el cuerpo y la carne pueden padecer y gozar. Su yo era consciente de que había que atrapar la bella fugacidad de cada instante y no dejarse vencer por esas sombras que desfiguran los contornos de la vida.
La mirada del poeta mantiene la tensión entre lo cotidiano y lo trascendente y se detiene en la contemplación minuciosa de cuánto gira en su derredor; y en todos sus textos encontramos un golpe de voz atractivo, turbador, una meditación sublime de la existencia humana y el envés de su confín: “El fuego laborioso hace de oro/ sus escamas tupidas, y ya es/ una rosa de ascua. (…) Una lengua muy fina hallará paso/ hasta su recoveco/ y, apenas con soplar, romperá el sello/ de su cámara íntima”.
En suma, un exquisito legado de lírica culta, doliente, filosóficay lúcida,la cualseguirá alumbrando cualquiera de los puntos cardinales que sobrevuele.
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