Notas de un lector

De piedra y cal

Con “El recelo del agua” (Rialp. Madrid, 2017), Bibiana Collado Cabrera (Burriana, 1985) obtuvo un accésit del premio “Adonáis” en su última convocatoria.

Con “El recelo del agua” (Rialp. Madrid, 2017), Bibiana Collado Cabrera (Burriana, 1985) obtuvo un accésit del premio “Adonáis” en su última convocatoria.
Su obra anterior, ya había sido reconocida con distintos galardones como el premio “Voces Nuevas” de Torremozas,el “Universidad de Valencia de Escritura de Creación” y el “Arcipreste de Hita”, en 2013.

    En esta ocasión, su voz serena y equilibrada, ahonda en las raíces de su existencia, en el incierto acontecer, en los signos y remembranzas del ayer. Y, precisamente, desde una mirada que se alza en el presente y revive lo pretérito, surge el poema que sirve como pórtico, “Surcos”: “Cansada de producirme en símbolos ajenos,/ decido que la niñez es intransferible/ y que tengo muchas cosas que explicarte”.

    El poemario mantiene un tono de acentuada honestidad-en ocasiones, casi confesional-, que incide en la necesidad de sostener muy vivas las imágenes, los territorios y los protagonistas que han  dado sentido al discurrir del yo poético. De esa forma, los espacios hollados, las gentes más cercanas, serán el estímulo necesario para afianzar su vigente condición. No es válido tan sólo creer; es el momento  de poner en hora el corazón y prescindir de cuanto no es materia de amor o de esperanza: “Con el trazo izquierdo, el más inexacto,/ firmo el desalojo de esta casa./ Repaso baldas y mesillas,/ busco la seguridad de sus puntos/ ciegos. Y doblo una y otra vez/ sobre sí mismos/ los bordes que sellan nuestra huida”.

     El personaje materno atraviesa de manera veraz y doliente estas páginas. La llama de su figura va avivando la emotividad de algunos de los poemas más conseguidos del conjunto. En un acto de madurada consciencia, Bibiana Collado resiste y acepta la citada presencia de la madre mediante un verso hondo y sincero, que retrata -por igual- los perfiles de la dicha y las contornos de la tristura: “Las manos de mi madre/ tienen el olor ácido/ de las naranjas -y las uñas negras-./ Quince minutos de descanso./ Un termo de café./ Cuatrocientas mujeres en una nave/ industrial apilando cítricos (…) Yo vuelvo de vez en cuando a casa/ e intento devolverle/ las manos a mi madre”.

     Dividido en cuatro apartados, “Surcos”, “¿Qué más puedo darte?”, “Maestras de francés” y “Cierre”, el libro se articula desde un singular binomio donde caben el alma y la razón. De tal dicotomía, se vale la poetisa valenciana para descubrir la piel de la que está hecho el paraíso, las heridas que destapan la corteza del vivir.
Sus gestos y sus latidos van encontrando, pues, refugio en un discurso que no de detiene en el umbral de su intimidad, sino que se abre con determinación por las largas avenidas del porvenir: “Desde niña, el aire se me quiebra/ en la boca y los ojos/ rompen en mil pedacitos/ las formas que me rodean (...) Cuanto mayor es la certeza de la futura herida/ más honda es la ceguera del sonido,/ más oscura la cueva que lo alberga”.

    El poemario se cierra con una turbadora coda que emociona yabriga un bello himno lírico, pleno de sentimiento: “Hoy decido enunciarme/ desde los relatos de la tierra dura/ y los inviernos de piedra y cal/ que no he vivido”.

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