Notas de un lector

Con acento femenino

Ocho años después de la publicación de “Música de aldaba” (premio San Juan de la Cruz), Blanca Sarasua (1939) da a la luz “Adagio para un silencio”

Ocho años después de la publicación de “Música de aldaba” (premio San Juan de la Cruz), Blanca Sarasua (1939) da a la luz “Adagio para un silencio” (Vitruvio. Madrid, 2016).
Dividido en tres apartados, “Adagio”, “Andante” y “Allegro” -que remiten a tres distintos compositores, Rachmaninov, Mahler y Tchaikowski-, la autora bilbaína ha ideado un volumen del que brotan semillas, azogues, labios, melodías, mapas, mares, batallas… y, todo ello, pergeñado bajo el fulgor de una ortografía en la que no hay espaciopara la complacencia.
El verso de Sarasua se desabrocha y se refugia en una mirada honda, sorpresiva y simbólica: “La lluvia ha creado un alfabeto/ en el pentagrama de mi patio (…) Un saludo y no sé cómo tratarme,/ dubitación extrema en mis palabras,/ ahora vuelve a llover, ¿será posible?/ Asunto delicado. Haced la prueba”.
Segura de que su decir nace de una materia vivencial y heterogénea, compacta, si moldeable, la poetisa vasca intuye  que cada rincón del alma, que cada esquina del corazón, empieza a ser recuerdo; y aunque instalada en ese plano memorialístico, cabe aún un guiño a cuánto queda por vivir, a cuánto de íntimo y de romántico conserva el presente: “De acuerdo, vida, acepto el trampantojo./ Queda tu brasa como un chal que me acoge”.

Latentes y atractivos, pues, llegan estos poemas que transitan afinados y solidarios por los rebeldes paisajes interiores del sujeto lírico: “ Y donde está la firma de los atardeceres/  y dónde está la muerte y su alta costura/ de sencillez suprema”.

     Con la edición de “Como si fuera cierto” (Vitruvio. Madrid, 2016), María el Valle Rubio añade un nuevo libro a su amplia obra, jalonada por un buen número de títulos y galardones.
En esta ocasión, este canto nace envuelto por una ausencia sonora y doliente que va invadiendo pausadamente el ánima lectora y que se nombra y se pronuncia “buscando una respuesta sin hallarla”.
Un desamor lacerante, desmedido, puebla de incertidumbre y desconsuelo los versos, los frutos de un tiempo pretérito que pareciera ya nunca fuese a volver: “La mesa que pudimos compartir/ se ha quedado vestida,/ con las copas vacías/ y esa espera que engendra la impotencia (…) Ambos sabemos del amargo/ sabor de la renuncia”.
Dos secciones, “Entre dos luces” y “Ensueño”, con una veintena de poemas cada uno, integran este conjunto emocionado que canta y cuenta de miedos, nostalgias, dichas, despedidas,…, y que reitera sin pausa la angustia de lo ido, las estaciones del desamparo, la fiebre de la tristura: “¿De qué vive el amante,/ si el amado le niega/ la noticia de amar/ ¿De qué pan se alimenta/ el hambriento de amor,/ si no encuentra motivos/ que llevarse a la boca? (…) Vivir para morir enamorada”.

     Intérprete de una sabia pulsión melancólica, María del Valle Rubio derrama un conglomerado de imágenes que encarnan su personal cartografía, su decisiva apuesta por un quehacer honesto y realista, que no esquiva los dardos del tiempo ni del amor pasados: “Todo se queda atarás en mi regreso/ a no sé donde. Donde pueda/ olvidar a los hombres/ misteriosos que amé./ Y a los otros/ que dijeron amarme

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