“Que mi corazón esté siempre abierto a pequeños pájaros que son los secretos del vivir”, dejó escrito tiempo atrás e.e.cummings. Bien sabía el poeta americano que tras la esencia más íntima del ser humano, debía quedar el coraje para remontar el vuelo en cada amanecer.
Y traigo hasta aquí al vate estadounidense, conclusa la lectura de “Pájaro sangre” (Baile del Sol, 2016), de Blanca Morel. Esta madrileña, licenciada en Ciencias de la Información, que ha trabajado como periodista en distintos medios, da a la luz su segundo poemario, ocho años después de su inicial “Bóveda”.
En esta ocasión, su verso se posa y reposa para después abrir sus alas en busca de un tiempo y un espacio donde hallar la lluvia de los veranos, los azogues de las noches, las piedras de los puentes, las horas más frágiles del alba…. Y todo ello, tamizado por una luz recurrente, cómplice, sanadora, que se convierte en elemento imprescindible para poder comprender la verdad de su lírico mensaje. Y así, Blanca Morel se deja llevar, en diferentes instantes, por esa lumbre que ahonda en su decir: “La luz me adora”; “Hombre/ dador de luz/ alquimia solar/ de carne y fuego”; “Miras la luz/ eres suave e imposible”; “Mira/ la luz te pertenece”…
Dividido en tres apartados, “Canto de las piedras vivas”, “Canto de la niña de carey” y “Canto del pájaro sangre”, el volumen avanza de manera diversa, totalizadora, tal y como afirma la propia autora en su pórtico: “Este es un poemario mestizo en el que las aguas, las dulces y las saladas, las limpias y las turbias, las nacientes y las nutrientes tienen su espacio y su cauce en mí. Pájaro sangre es el símbolo guía por todos estos trayectos vividos en los que hay seres que aparecen y desaparecen marcándome con fuego y luz”.
Y en efecto, llevada por ese “pájaro” que no tiene límites, que sirve como metáfora de la vida y de la muerte, que guarda en su interior la energía renovada de quien quiere seguir aprendiendo, el yo lírico extrema y condensa su cánticopara recorrer con su voz y sus ojos abiertos cuanto gira en derredor: “Sopla el viento en la batalla de mis huesos/ hambriento corazón/ y mi alma es una reina/ mi destrucción/ un palacio/ tras este banquete de silencio/ alguien dice mi nombre/ alguien dice mi nombre/ como un resplandor”.
Envuelta en la soledad de quien tantas veces se pregunta sin obtener respuesta (“¿dónde empiezas/ dónde acabas?”), Blanca Morel le hace sitio a una simbología que brilla y que abraza un discurso novedoso, que después se muestra como vínculo de alteridad con el lector y que convierte su lenguaje en mixtura, en herramienta indispensable para construir su arquitectura poética: “Corren los galgos tras el instante/ hacia/ un precipicio en el que volcar el baúl de los cromos intergalácticos/ soy una muñequita desnuda de papel/ he escrito lo que me ha hecho seguir viva/ mi biografía son las listas de la compra”.
Libro, en suma, que en su singular propuesta asume con éxito los riesgos que plantea y querevela, a su vez, el heterogéneo azar que anida en la poesía.