Con el aval de haber obtenido el premio de poesía “Fray Luis de León”, ve la luz “Viajes de la eternidad” (Visor. Madrid, 2016) de José María Velázquez-Gaztelu.
Han transcurrido dieciocho años desde que el poeta gaditano editase su anterior poemario, “Los límites del desierto”. En aquel volumen -que ponía fin a un silencio lírico de casi tres décadas-, confesaba: “Vuelvo a escribir después de tanto tiempo/ en la tibia distancia del que nada/ espera de los signos que marcan los objetos/ y los seres que siempre me rodean”.
Ahora, en este itinerario que sostiene la mirada del yo lírico “en torres de eternidad sobre los valles sin tiempo”, Velázquez-Gaztelu apuesta por un decir que interioriza la sentimentalidad y deviene en instantes de reflexión, allí donde las palabras son, a su vez, enigma y salvación.
“Se escribe en este libro la línea que separa/ la vida de la muerte, la garra del león (…) Es un libro sin fin y sin retorno,/ el libro de los pasos furtivos con ecos en la bruma”, anota el vate gaditano. Y, en verdad, que la música que resuena en los adentros de su corazón, lo envuelve bajo el manto de una luz cercana, vertical, que va configurando los límites de una realidad donde habitan las sombras de la nostalgia, las voces encendidas que desvelan la sed de su propia historia.
Su verso caladorescapa de todo artificio lingüístico, rastrea las huellas de su ser en busca de la esencia que redima y sane la silente finitud del adiós. Velázquez-Gaztelu sabe que su hacer no es sólo oficio, sino destino, que no es sólo razón, sino vivencia, de ahí, que las letras de su cántico sean también conciencia y compromiso: “Lloras sobre el tiempo/ del terror en la orilla del barro pantanoso,/ sobre el ángel alado en la avaricia/ donde empieza el decorado/ de la marcha de la muerte (…) Lloras en la tierra calcinada,/ en la tóxica materia, lágrimas de sal sobre el inmenso/ horizonte donde acaba el prodigio de la vida”.
Dividido en tres apartados, “Peligros y rituales”, “Espacio de las revelaciones” y “Hoteles”, el conjunto se articula con un nexo común que tiene su esencia en la memoria. Desde el universo del recuerdo (“La memoria es la pasión, lo que nunca ha sucedido …/… la memoria es el astro mayor”), su voz va configurando un viajeque pueblaestas páginas de raíces, horizontes, eclipses, danzas, juegos, amores, cenizas, paisajes, nieblas, resplandores, presagios…, que no son, al cabo, sino elementos vívidos y cómplices de un vitalismo que quiere abrigar con su verbo los colores del ayer.
Un libro, en suma, de madurada factura, balsámico y solidario, que pisa los territorios de la autenticidad yla fragilidad humanas: “El tiempo es el rayo que nos ciega/ para luego dejarnos perdidos entre las sombras/ del jardín de la memoria”.